El hecho de que el impacto del coronavirus se haga notar con mayor fuerza y peores consecuencias entre las personas de mayor edad y aquellas que padecen enfermedades crónicas, y que su incidencia sea en términos generales más leve entre los menores, ha hecho que la situación de niños, niñas y adolescentes haya pasado más desapercibida. Sin embargo, las condiciones de confinamiento están suponiendo una dura prueba para los más pequeños, un reto sicológico y emocional, sobre todo para quienes por su edad no comprenden en todos sus términos las razones que les mantienen retenidos en casa, sin salir a la calle ni hacer vida normal.

Esto es algo que ocurre en todas las casas donde hay menores, y es un test también para la convivencia, que puede resentirse y probablemente se resentirá en muchos casos. Será una tarea personal, familiar y colectiva darle la vuelta cuando la situación mejore. Con todo, la dificultad de sobrellevar esta crisis es mayor en el caso de los menores que se hallan en situación de desprotección. Como explica en estas páginas el sicólogo Koldo Mansoa, en estos días tan complicados la función de ofrecer seguridad emocional y conductual a los hijos e hijas puede verse amenazada y la comunicación mermada en el seno de muchos familias. El confinamiento, la suspensión de las actividades lectivas, extraescolares y de ocio, la alteración de las rutinas, puede causar un quebranto en cualquier menor, pero el riesgo se amplía entre los más vulnerables, aquellos que arrastran experiencias traumáticas, aquellos que no puedan desarrollar sentimientos de seguridad y protección. Con todas las limitaciones que conlleva este estado de alarma, la ayuda, el asesoramiento y el seguimiento de este colectivo debe mantenerse, es más necesario que nunca.

Está por ver cuál va a ser el escenario posterior a esta crisis sanitaria, pero mientras ese día llegue, los menores deben estar protegidos y saber que lo están. Quizá no sean un grupo de riesgo, pero el riesgo que corren no es menor.