¿«Malhechores» quienes solo han hecho paz?

Lo explicaba ayer en estas páginas Grazi Etxebehere, con la misma sencillez y sinceridad que abrió los ojos a muchos aquel 9 de julio de 2015: «No eres consciente de la importancia que tiene cada pequeña acción, no puedes calcular las consecuencias, pero lo haces porque hay que hacerlo, porque sin un paso no viene el siguiente». Retornando a aquel momento en que París y Madrid compartían obcecación para hacer inviable el desarme de ETA («que dejen las armas en una campa», llegó a proponer un ministro español en el colmo de la irresponsabilidad), se puede intuir cómo hubieran seguido pudriéndose las cosas si no fuera por aquel arrebato público de Ortzaize, pañuelo rojo al cuello. La Historia avanza a menudo por caminos retorcidos. Sin el grito rebelde de esta auténtica Rosa Parks vasca difícilmente hubiera llegado la rebelión de los artesanos de la paz en Luhuso; sin esta noche de diciembre de 2016 no se hubiese alcanzado el 8 de abril de 2017; y sin materializar su desarme ETA tendría que seguir existiendo hoy, aunque fuera a su pesar.

A los hombres y mujeres vascos que protagonizaron, también a su pesar, este giro inesperado de Ortzaize no les movía ningún interés personal; al contrario, sabían que asumían un riesgo que consideraban necesario para ayudar a traer la paz definitiva a su país. Con ello no solo actualizaron la tradición comprometida y solidaria de la ciudadanía vasca, sino que acabaron haciendo el trabajo que correspondía a mandatarios políticos de aquí y allí en cuyos sueldos iba resolver este tema.

Que quienes solo hicieron paz hoy vayan a ser juzgados bajo la acusación de «asociación de malhechores» riza el rizo. París lo sabe; de hecho devolvió a casa primero a Etxebehere y luego a Terexa Lekunberri y Jef Mateo pese a asumir que habían alojado a dos militantes de ETA. La absolución es el único desenlace posible en este proceso francés. Y en Euskal Herria, además, estos vascos deberían ser reconocidos como los héroes de la paz que son.

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