Mensajes e indicadores que no miden, solo dictan

El BCE y el FMI dieron a conocer la revisión de sus previsiones económicas para este año. Como cabía esperar, no fueron muy optimistas. El análisis del BCE se basa en una encuesta a solo 79 compañías; una cantidad muy pequeña, por grandes que estas sean. Con todo, el banco del euro generaliza y señala que las empresas han hecho una «pausa en algunas de sus inversiones» hasta evaluar el alcance de los cambios provocados por los aranceles. El FMI, por su parte, no aporta detalles de sus cálculos, pero prevé una caída generalizada de las tasas de crecimiento del PIB, a causa del impacto que tendrán los aranceles y la guerra comercial en las cadenas de suministro mundiales.

Ninguno de los dos análisis ofrece nuevas claves. Destaca, sin embargo, el mensaje que ambas instituciones dejan traslucir. EL BCE pone el acento en que los aranceles elevarán los precios, sin cuestionar en ningún momento el insostenible modelo de fabricación organizado con la deslocalización de la industria durante la globalización. Para el BCE, el problema son los aranceles que, sin duda, tendrán un impacto, pero no son, desde luego, el único, ni el principal desbarajuste económico. Además, subrayaba el efecto positivo que tendrá en la actividad empresarial el aumento del gasto militar en Alemania y en la UE. De este modo, el BCE trata de construir un mensaje maniqueo en el que deja entrever que los aranceles son malos en sí mismos, pero el gasto militar bueno, porque estimula la actividad de las empresas. Utiliza su posición institucional para apuntalar una lectura sesgada, parcial y partidista de la coyuntura económica y de las políticas de la UE.

Por otra parte, el FMI destaca que únicamente mejora la previsión del Estado español y aduce, como principal razón, la actividad de reconstrucción tras la dana de Valencia. De esta forma resalta que la economía –y su principal indicador, el PIB– va bien precisamente cuando ocurre una desgracia. Una muestra más de que la mejora de la economía poco tiene que ver con el bienestar. En este sentido, sería conveniente empezar a desterrar indicadores, como el crecimiento del PIB, que no hacen sino enturbiar el debate político.

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