No atender a las necesidades de la gente sí que es un fracaso

El PNV tuvo ayer que enmendarse a sí mismo y matizar su valoración contra la huelga del 30E. No suele ocurrir. Lo hicieron en la tertulia de Radio Euskadi por boca del parlamentario Luis Javier Telleria, que aceptó que «igual no ha sido un fracaso total pero sí un éxito escaso». Un tono diferente a la visceral reacción del jueves por la noche.

La declaración del EBB en la jornada de la huelga, sumada a la obsesión del lehendakari Iñigo Urkullu por menospreciar a la mayoría sindical pero no parar de hacerles reproches a través de los medios, han mostrado a un PNV exacerbado y sorprendentemente nervioso.

Lo cierto es que el partido –y las instituciones– ya estaba en modo electoral porque Urkullu, que es el que puede convocar comicios, había lanzado la precampaña. Por eso resulta chocante que acusen a los sindicatos y a EH Bildu de electoralismo, cuando la convocatoria de la huelga se conocía desde hace meses y si las elecciones se adelantan será por decisión del lehendakari.

También resulta ridículo que Urkullu llame ahora al diálogo para solucionar los problemas, cuando él mismo se ha negado a reunirse. Su postura contrasta con la de otros líderes. Sin ir más lejos, Pedro Sánchez y Emmanuel Macron están inmersos en negociaciones sociolaborales estructurales y aparecen reunidos con los sindicatos sin excusas, incluidos los que están enfrentándose a la Policía en las calles de las ciudades francesas o los que ya han dicho que en ningún caso van a apoyar recortes o el endurecimiento de las pensiones. Para colmo, en la carta que remitió a los sindicatos a raíz de la huelga, Urkullu tuvo el feo detalle de arrogarse el mérito de una Ley de Vivienda contra la que él mismo votó.

Por todo ello, a las decenas de miles de personas que participaron en las movilizaciones del jueves, y a otros centenares de miles que vieron su jornada totalmente alterada por los paros, seguramente les han surgido dudas que claro que tienen un sentido político, como la huelga, pero que son también mundanas. Si a ojos de los dirigentes jelkides la huelga fue tal fracaso, ¿a qué centros escolares van sus hijas o sus nietos? Si la mayoría de la enseñanza pública y casi todas las ikastolas cerraron por completo el 30E, ¿a ellos no les llegó noticia del impacto de estas protestas? Asimismo, sus representantes copan horas y horas de la radiotelevisión pública, pero por lo visto no encendieron la radio el jueves, porque se hubiesen topado con los servicios mínimos.

Tampoco es creíble que no conozcan a pensionistas que, por encima de siglas y consignas, participaron en las movilizaciones. Es posible que estos hayan sido quienes les han apremiado a rebajar la beligerancia contra las protestas. Por otro lado, el sistema clientelar vasco lo ha aguantado casi todo hasta ahora, pero de cara al futuro, ¿no tienen miedo de qué van a hacer sus hijos e hijas tal y como se está poniendo el mercado laboral? Algunos de ellos sí, pero no todos tendrán una vivienda para cada uno, ¿no? Y la Ley de Vivienda que ahora reivindica Urkullu está pendiente de implementación.

¿Cuántos de los cientos de centros de trabajo que ha visitado la consejera Arantxa Tapia cerraron sus puertas o trabajaron bajo mínimos? Además, Euskal Herria es un caso insólito en este asunto de las huelgas. En días como el jueves, miles de autónomos y de empresarios de pequeñas empresas, talleres y comercios realizan una suerte de paro patronal en defensa de los derechos de los y las trabajadoras, por el futuro de las generaciones más jóvenes y por un país mejor.

Patrimonializar solo lo bueno es hacer trampa

Para bien y para mal, el país no se divide entre quienes hicieron huelga y no, entre quienes están a favor de esas demandas y quienes las ven excesivas. Euskal Herria, en consonancia con el mundo, está dividida sobre todo entre quienes tienen garantizada una vida digna y quienes no, entre quienes tienen derechos efectivos y quienes solo los tienen formalmente, entre quienes avanzan y quienes se quedan atrás. La sociedad vasca y sus instituciones tienen que concentrarse en garantizar derechos. Tienen que enfocar sus políticas en los que tienen mayores riesgos, por ejemplo de sufrir accidentes laborales; en las mujeres que son discriminadas y en la brecha salarial; en acrecentar las expectativas de la juventud; en garantizar la vida digna de los y las pensionistas; en frenar la precariedad. Cómo no, cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades. No atender a la ciudadanía teniendo recursos sí que sería un «rotundo fracaso» comunitario, y no solo del PNV.

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