No hay margen en Madrid y la sociedad vasca tiene un mandato

Los resultados de las elecciones de ayer en el Estado español no solo repiten en gran medida los de diciembre pasado, manteniendo la incertidumbre sobre la posible fórmula de gobierno, sino que ahondan en las peores tendencias políticas españolas. El PP de Mariano Rajoy sale claramente reforzado, concentrando el voto de orden y amortizando en gran parte el fallido experimento de las élites neoliberales que es Ciudadanos. El PSOE de Pedro Sánchez retrocede pero aguanta posición, lo cual le da cierto aire, aunque nadie sabe cómo gestionarán las tensiones internas tras este primer suspiro de alivio. En consecuencia, sus votantes no saben qué es lo que va a hacer con sus sufragios. Y el «sorpasso» de Unidos Podemos pincha, demostrando que hoy por hoy en el Estado no existen condiciones objetivas para un cambio profundo y que su mayor fuerza sigue básicamente proviniendo de las naciones sin Estado, especialmente de Catalunya y Euskal Herria.
 
Estos resultados en el conjunto del Estado mantienen el bloqueo aritmético para formar Gobierno, pero refuerzan el statu quo y dificultan incluso las propuestas reformistas más mínimas. El Estado español está en descomposición institucional y económica y este escenario no hace presagiar un cambio de rumbo.   

Sociedad distinta, mandato y agenda distinta

La sociedad vasca ha demostrado una vez más que sus dinámicas políticas son muy diferentes de las estatales. También que, paradójicamente, esas tendencias le afectan profundamente.

Aquí el «sorpasso» ya tuvo lugar en diciembre y ahora se ha sostenido y acrecentado. Unidos Podemos-Elkarrekin Ahal Dugu ha logrado imponerse en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa y es segunda fuerza en Nafarroa. Capitaliza así el deseo de cambio de esta sociedad, hace efectiva la crítica a las políticas del Gobierno español y se consolida como la cuarta pata de la mesa política vasca. Creyéndose aquel mantra del «sin violencia todo es posible» que el unionismo tradicional abandonó en el primer minuto de la nueva fase política, Podemos defiende una suerte de unionismo democrático y ha hecho campaña pidiendo un voto útil para lograr cambios en Madrid. Sin embargo, las opciones de lograr la democratización del Estado se han reducido aún más en estos comicios. Si bien es cierto que estas elecciones siguen una lógica diferente de las vascas, Podemos es un agente relevante y su irrupción altera el panorama político, las alianzas y los posicionamientos, como de hecho ya ha ocurrido en Nafarroa. Ahora bien, ellos también deben reflexionar sobre su oferta para la sociedad vasca.

El PNV sigue siendo en la CAV el voto refugio de la estabilidad. Tiene una maquinaria electoral engrasada y sus resultados de ayer muestran su fortaleza. Los generales, por el contrario, muestran sus debilidades. Su propuesta de concertación con el Estado se encuentra de nuevo con Rajoy. No hay transacción posible. Si consigue rebajar el nivel general y mantener el esquema tradicional, en Euskal Herria le tiene cogida la medida a la izquierda abertzale –menos cuando esta le rompe ese esquema–, pero el factor Podemos le inocula incertidumbres y altera sus cálculos a corto y a medio plazo.

EH Bildu no logra remontar y, pese a una mejor campaña, a haber logrado reconducir la crisis de confianza de su principal partido, Sortu, y a mejorar las relaciones dentro de la coalición con decisiones correctas, pese a acertar en el diagnóstico general del estado de las cosas, ha obtenido unos pobres resultados. Probablemente le ha faltado tiempo para asentar los cambios internos y que estos tengan reflejo en unas elecciones que, de por sí, eran endiabladas para los independentistas de izquierda. Pero también es cierto que la fase de la terapia interna debe cesar ya, que EH Bildu debe dirigirse a la nación, a la ciudadanía, no a su comunidad más endogámica; que debe abandonar la nostalgia, recomponerse como movimiento emancipador e implementar las decisiones tomadas y refrendadas una y otra vez, sin dilación. Pese a todo, ha mostrado otro pulso.

En general, estas elecciones demuestran que no hay margen para las aspiraciones vascas en Madrid, ni para las democratizadoras, ni para las autonomistas ni para las independentistas. Estas son mayoritarias en Euskal Herria y, desde la legitimidad de sus proyectos particulares, existe un mandato común por parte del pueblo vasco. Los retos de este país no pueden depender de la voluntad de terceros, menos si esa voluntad es la que prevalece en el Estado español, la de la negación.

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