No perder de vista las cosas vitales para una nación pequeña

Hoy, además del Aberri Eguna, es la resaca de la final de Sevilla. Ganó la Real y, en consecuencia, una parte importante del país está eufórica y otra deprimida. Ojo, otra gran parte tiene otras preocupaciones y otros sueños.

Si al humo provocado por el furor bengalero de una minoría cretina se le suman los problemas para gestionar la pandemia, la falta de ambición de algunas fuerzas y la nula cultura democrática de los Estados, el momento histórico que vive Euskal Herria puede aparecer distorsionado. Pero la historia de los pueblos tiene ritmos diferentes a las vivencias de sus habitantes. La pandemia acelerará las tendencias.

Este año se cumplirán diez años de la decisión estratégica de ETA de parar y deshacerse. En esta fase histórica, quienes defienden la libertad de Euskal Herria deberán lograr una amplia mayoría que viva por la nación vasca y en favor de su ciudadanía. Una mayoría social que aporte grandes dosis de pasión y todo el talento del que sea capaz. Será en parámetros militantes diferentes a los de la época anterior. La represión también se adaptará.

Para que se cumpla el principio rector de «todos los derechos para todas las personas», quienes defienden la igualdad deberán forzar democráticamente que la mayoría pueda hacer valer su voluntad política.

El supremacismo es un elemento central en la cultura política de los Estados español y francés. Los unionistas son sus beneficiarios. Su proyecto político se basa en que sus vecinos no pueden hacer realidad el suyo. Esto establece una ciudadanía con derechos plenos y otra mutilada.

Igual que en el deporte, en política no se puede decidir qué hará el adversario. Para ofrecer su mejor versión, una nación pequeña y apaleada como la vasca requiere de mucho trabajo, estrategias, adaptación y un punto de suerte. Cooperar, y no confundir adversarios y compañeros, es vital.

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