No tiene sentido rebajar las aspiraciones vascas en base a escenarios irreales en la política española

La principal razón por la que la pasada legislatura en el Parlamento de Gasteiz ha sido vacía de contenido estratégico, pese a tratarse de un momento histórico para Euskal Herria, es el cálculo del lehendakari Urkullu de que la próxima legislatura en el Estado español iba a ofrecer un margen para la bilateralidad que la mayoría absoluta del PP hacía imposible. No porque Urkullu no lo haya intentado, sino porque Rajoy no lo ha necesitado.

Según ese cálculo, la crisis y la corrupción pasarían factura al PP, lo que abriría la puerta un Gobierno necesitado de apoyos. Quizás se daría la tradicional alternancia de la mano del PSOE. De ahí el acuerdo en todas las instituciones con el PSE, que sirvió también de cortafuegos para EH Bildu.

Al mismo tiempo, los equilibrios internos creados en el partido tras el golpe dado por Urkullu relevando a Josu Jon Imaz, tuvieron como efecto perverso que el PNV supuestamente más abertzale tuvo que llevar la beligerancia hacia la coalición soberanista al extremo y forzar alianzas retrogradas en Gipuzkoa, todo para recuperar poder… y sobrevivir internamente. Nadie que no esté muy interesado en la política puede recordar ni siquiera que Joseba Egibar ha sido parlamentario y portavoz. No es una cuestión personal, vale para muchos electos y es reflejo de una legislatura en cierto sentido perdida.

Llegados a este punto, hay que recordar que la razón de Urkullu para no hacer efectiva la abrumadora mayoría abertzale en Gasteiz era que no quería «hacer frentes». Esta semana repetía esta idea en torno a la propuesta de Otegi de llegar a acuerdos de país, ahora junto con Podemos y la mayoría sindical. Solo que ahora el argumento es totalmente falaz, tanto desde el punto de vista de la lógica parlamentaria como desde el de la pluralidad del país. Urkullu parece no querer articular mayorías plurales, sino gestionar minorías conservadoras bajo control, tanto en Madrid como en Gasteiz.

Asimismo, el cálculo incluía que el proceso catalán estuviese amortizado, o al menos en un punto en el que la bilateralidad con Madrid fuese de nuevo una opción.

Ese escenario general daría a los jelkides la oportunidad de negociar lo que ellos denominan la «agenda vasca». Tal y como admitía esta semana Andoni Ortuzar en Radio Euskadi, de manera tan franca como sorprendente, hasta ahora la relación del PNV con PP y PSOE en Madrid se ha basado en el intercambio de apoyos legislativos por transferencias pendientes del Estatuto de Gernika. Es decir, negociar lo que ya es tuyo según sus leyes, con la amenaza recentralizadora latente. También advertía de que ese modelo se ha terminado, que solo aceptarán el reconocimiento de la nación vasca. No parece un escenario muy realista ni en Madrid ni en Gasteiz. Las fuerzas unionistas están empujando a un esquema de resistencia, de conservar lo logrado que los jelkides asumen como marco general.

Mirar a Madrid, como ejercicio de realismo

Como ya habrá advertido el lector, nada de ese pronóstico político se ha cumplido. Las sesiones de investidura en Madrid esta semana han mostrado el grado de descomposición del Estado español, su fatalidad.

El mejor resumen de la situación política lo realizó el viernes Gabriel Rufián, de ERC, en una intervención memorable. De la «agenda vasca» no hay noticia. En estos momentos la ciudadanía vasca es irrelevante para el Estado, más allá de la nostalgia mal informada que provoca en algunos opinadores que coinciden en sus deseos con los proyectados en esta pasada legislatura por Iñigo Urkullu. Y su esperanza de que los resultados allanen la «responsabilidad institucional» del lehendakari.

No deja de ser sorprendente que con un análisis tan erróneo sobre el escenario que se abriría en el Estado español; sin haber cumplido uno solo de sus tres compromisos programáticos en Gasteiz; con resultados electorales modestos y preocupantes a medio plazo –aunque cualitativamente suficientes para copar instituciones por ahora–; con una valoración muy pobre sobre sus capacidades de liderazgo en la opinión pública y un murmuro constante al respecto entre sus cuadros en privado; con un posicionamiento ideológico escorado para la base militante del partido… Urkullu siga siendo el candidato con más opciones de ganar en votos en las elecciones del 25 de este mes. Algún mérito tiene, sin duda. Por eso es tan feo su ventajismo en el caso de Otegi.

Ahora bien, a corto y medio plazo no hay opción de que los deseos de Urkullu sobre España se cumplan. No es realista, y la única alternativa es elevar la ambición política y social en Euskal Herria. Rebajar las aspiraciones e inhibir las potencialidades de la nación vasca y su ciudadanía no es una opción política viable.

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