Por fin, Onkologikoa se publifica definitivamente

En plena campaña electoral, cuando la sanidad pública está en el centro del debate público y se ha llegado al consenso de que hay que recuperar Osakidetza, la noticia de la integración definitiva del centro Onkologikoa en el sistema sanitario público es positiva y oportuna. Ayer, el Consejo de Gobierno de Gasteiz informó de que había tomado esta decisión al agotarse los plazos. Asimismo, en una época en la que desde la Administración se suele reivindicar el modelo público-privado –que en general supone un trasvase de rentas a empresas a cambio de servicios defectuosos y con peores condiciones laborales–, es interesante ver ejemplos de publificación de estructuras para hacer una mejor gestión y ofrecer un mejor servicio público.

Desde el concierto hasta la actual publificación, pasando por fantasías de diversificación y tentativas de privatización, la andadura del centro especializado en oncología ha sido institucionalmente errática. Su creación responde a impulsos buenos, por un lado, y a estructuras disfuncionales, por otro. Su desarrollo está asociado a intereses particulares. La obra social de las cajas de ahorro vascas, que debía ser un mecanismo para la vertebración y el desarrollo de los territorios y la sociedad civil, se convirtió en fuente de una red clientelar caprichosa y descompensada. Onkologikoa, una estructura sociosanitaria potente y necesaria, no tenía sentido en el ámbito financiero. Por eso, algunos de sus gestores siempre pensaron que acabaría siendo pública, mientras otros la consideraron un patrimonio con el que especular.

Ha costado que los gestores de Osakidetza acepten que debían integrar el centro en la red pública, con todas sus consecuencias. Se negaron durante años, y solo la crisis del sistema de cajas les forzó a tomar esta decisión lógica. No atendieron a los profesionales, ni a los usuarios, ni a quienes les planteaban alternativas viables. Luego intentaron ahorrar. Ahora, asumen la realidad. Más vale tarde que nunca, sin duda, pero ese empecinamiento en negar el debate sobre proyectos e infraestructuras, mezcla de intereses espurios y de arrogancia política, es una rémora y una hipoteca para el país.

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