Testimonios para sanar y empezar a hacer justicia

En un mundo demasiadas veces inhóspito para quienes lo habitamos, que muestra con frecuencia su rostro más descarnado, la pederastia emerge con nombre propio como uno de los delitos más deleznables que podría cometer el ser humano; por la naturaleza de los hechos y por los propios afectados. Abusar de niños y niñas inermes física y emocionalmente constituye una vileza, repudiable sin matices cuando lo protagoniza cualquier persona, y abominable cuando el victimario se vale de una especial posición de fuerza respecto al menor abusado. Y eso es precisamente lo que ha ocurrido durante mucho tiempo en el área de influencia directa de la Iglesia, que ha sido refugio para demasiados delincuentes, para lobos que se han servido con total impunidad de la confianza que sus víctimas habían depositado en ellos.

La dimensión de este fenómeno es casi tan universal como la propia institución, con miles de casos en todos los continentes, de los que se ha tenido conocimiento gracias a testimonios que han ido agrietando el muro de silencio. También en nuestro país, donde poco a poco se están dando pasos para orear un clima viciado por décadas de oprobio. Iruñea acogió ayer el primer congreso estatal sobre pederastia, donde compartieron espacio víctimas, representantes del mundo académico y cargos institucionales, y que sirvió, por ejemplo, para explicar que en este ámbito, como en tantos otros, las mujeres, sus vivencias y denuncias han sido relegadas a un segundo plano aun representando el 30% de las personas afectadas por abusos.

Causa espanto imaginar lo que tanta gente ha sufrido a manos de personas que se exhibían como modelo de virtud e integridad, y produce escalofríos constatar que esas actitudes se han reproducido en otros ámbitos. Y es que la pederastia es un mal menos residual de lo que se pensaba en una sociedad que no puede permanecer más tiempo con esa herida abierta. Hablar de ella es el primer paso para poder sanarla, y también para empezar a hacer justicia.

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