Todavía siguen muriendo demasiados migrantes

En estas fechas tan propicias para efectuar balances anuales, la Organización Internacional de las Migraciones de la ONU (OIM) actualizó ayer las estadísticas sobre las personas que han perdido la vida en las rutas migratorias de todo el mundo, huyendo de la miseria y tratando de alcanzar una vida más segura. Entre los datos que ofreció destaca, en primer lugar, que la cifra de fallecidos y desaparecidos ha caído un 37% con respecto a 2024, esto es, se ha pasado de 9.197 migrantes muertos a 5.727. Una reducción muy sustancial, aunque las cifras totales resultan todavía estremecedoras y sirven para constatar que la exigencia de que se organicen rutas seguras para la migración sigue siendo una reivindicación plena de actualidad.

En segundo lugar, conviene subrayar que casi una tercera parte de todas las muertes en el mundo (el 30%) se han contabilizado en el Mediterráneo, lo que convierte a este mar, que una vez fue cuna de civilización y ruta de intercambio, en un profundo agujero que se ha llevado 1.745 vidas este año. La elevada mortalidad no depende tanto de las condiciones del mar como de decisiones políticas, sobre todo de los países que conforman la Unión Europea. La política de cierre de fronteras de la UE en su fútil pretensión de crear una Europa fortaleza es uno de los principales obstáculos para que las personas puedan migrar transitando por rutas seguras. No menos importante en la expansión de la inseguridad es la sistemática intervención extranjera en los países ribereños, con el objeto de cambiar regímenes políticos, como en Libia o Siria, o de apropiarse de las materias primas, como en el Sahel y en el resto de África subsahariana. Entorpecer cualquier atisbo de desarrollo es una manera de empobrecer a la gente y empujarla hacia un destino incierto y muy peligroso. 

En la frontera de la Unión Europea se encuentra una de las rutas migratorias más mortíferas del mundo. Una vergüenza que debería estimular una profunda reflexión entre los dirigentes europeos. Sin embargo, no parece que esto preocupe a nadie en Bruselas, que ha olvidado que las civilizaciones florecen en los intercambios, no encerradas tras altos muros.

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