Un G7 en casa; el atropello, la oportunidad y el reto

El tiempo pasa, pero hay cosas que no cambian; la misma costa vasca en que pusieron sus ojos las monarquías española, francesa o inglesa hace un siglo es hoy de nuevo sede de esa versión moderna de la aristocracia geopolítica llamada G7. Los valores evolucionan, pero hay vicios que permanecen perennes: la prepotencia, el autoritarismo, también la falta de sentido del rídiculo.

Sería díficil concluir qué es más sonrojante de esta cumbre de Biarritz: si la pantomima que supone la propia existencia del club de mandatarios venidos a menos, si la estulticia de reunirlo en un cuello de botella junto a una frontera, si el contradictoriamente estúpido título de ‘‘Trabajando por un capitalismo más justo’’, si el despliegue que concentra en torno a Biarritz a más de 20.000 policías y militares, que son casi tantos como personas residen en esa localidad...

Puestos a elegir, tomemos como síntoma este último elemento. En primer lugar, porque supone la evidencia de que el pretendido gigante tiene pies de barro; asusta, sí, pero a la vez siente miedo en el mundo lleno de incertidumbres que él mismo ha creado; prefiere blindarse que acercarse a la ciudadanía a la que dice representar y servir. Y en segundo lugar, porque ese despliegue policial es el símbolo de la mal llamada violencia legítima, es la extensión del poder entendido y ejecutado de la peor forma posible, de la más pobre.

Euskal Herria, objeto y no sujeto

Desde su prepotente sentido de la política, no se atisba una intención especial en haber escogido Euskal Herria como sede de este obsceno cónclave, más allá del valor paisajístico y de los gustos de Emmanuel Macron. El caso es que una buena parte del país ha sido secuestrada, sin preguntar a nadie, para albergar una cumbre que le es absolutamente ajena y totalmente indeseada.

La colaboración entusiasta de alguna institución vasca con este despropósito merece un aparte. Si la cifra oficial es cierta, y no hay por qué dudarlo, que 4.000 agentes de la Ertzaintza se hayan puesto a disposición de este dispositivo, superando con mucho cualquier proporción lógica incluso desde un prisma securócrata, requiere una explicación pública. ¿Por qué y para qué ese contingente? ¿A iniciativa propia o a demanda de quién? ¿Con qué coste presupuestario? Preguntas de sentido común e inevitables, porque ese despliegue lo ha autorizado el mismo gobierno que evitó un acuerdo presupuestario para evitar complementar pensiones a un mínimo digno o que está racaneando con la calculadora en su propuesta Share de reparto de inmigrantes.

El caso es que, con la acción de unos y la colaboración de otros, Euskal Herria –mucho más allá de Biarritz– ha acabado convertida en mero objeto para este inefable G7. Y es una pena que no haya tenido la capacidad y la altura, más allá de algunas voces concretas, de reivindicarse como sujeto político ante esos mandatarios. Toda crisis conlleva una oportunidad, y este G7 tan indeseable proporcionaba al país cierta opción de proyectarse políticamente, pero sus principales gobernantes la han despreciado, hasta el punto de usarla solo para venderse como buenos gestores de policía y tráfico.

Alternativas y poder

Una cumbre capitalista como esta de Biarritz conlleva también, obviamente, una interpelación al anticapitalismo, a la izquierda en general. La contracumbre celebrada de miércoles a viernes entre Irun y Hendaia ha mostrado la existencia de alternativas sobradas; algunas archiconocidas, otras en ciernes... y las que vendrán. El reto es articular fuerza en torno a ellas, lograr poder. Es aquí donde –y volver a la Policía es obligado– se puede resumir la fase histórica: el G7 carece de alternativas pero tiene poder (aunque menos del que cree); a su oposición le falta poder, aunque tenga alternativas.

Llegar a ese poder –entendido no como meros cargos institucionales sino como capacidad de transformación real– es un reto complejo pero indispensable, es el reto de este tiempo, un desafío que se puede abordar desde Euskal Herria en posición de ventaja gracias a la historia y el bagaje acumulados.

Este patético G7 a las puertas de casa no ha enseñado a la ciudadanía vasca realmente nada nuevo sobre el (des)orden mundial –nada que no se haya visto esta misma semana, sin ir más lejos, en el Mediterráneo, la Amazonia o Groenlandia–. Pero sí le da más razones, y ojalá más fuerza, para hacer palanca por otro mundo.

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