Un imperio siempre ejerce contra las mayorías

Donald Trump tomó ayer posesión de su cargo como presidente de EEUU en una ceremonia que dio el pistoletazo de salida a las primeras decisiones ejecutivas del mandatario convicto. Ayer, además de los cargos institucionales, acompañaban a Trump su entorno nepotista, sus socios oligarcas y la internacional ultraderechista. Si en sus nombramientos Trump dejó claro que iba a imponer sus obsesiones y caprichos por encima de toda norma, premiando a sus amigos y castigando a sus enemigos, con estas primeras políticas renueva una agenda autoritaria desacomplejada. Pone a los migrantes en el punto de mira al reforzar las fronteras y la alarma, promueve un neoliberalismo aún más inviable y despiadado contra las y los trabajadores, rebautiza territorios como si fuese un conquistador, amenaza a todo tipo de colectivos y dicta al resto de países y representantes qué deben hacer. EEUU es un imperio decrépito, pero retiene un poder bestial.

Es cierto que el espanto con el que hoy más de medio mundo acoge la coronación de Trump conecta con el que sufrieron sus padres y madres al ver a George W. Bush acceder al maletín atómico, o sus abuelos y abuelas al escuchar los discursos de Ronald Reagan. Sin perder de vista esa genealogía decadente, no conviene ridiculizar ni minusvalorar a quienes ganan elecciones y ostentan semejante poder. Aunque sea con todas las trampas que les concede este sistema.

Trump y sus aliados son un peligro para el planeta y para la mayoría de sus habitantes, para las culturas democráticas dentro y fuera de sus fronteras, para las naciones y regiones que ejercen su soberanía en defensa de sus intereses, para los y las militantes de las causas justas. En realidad, sus políticas no ponen en peligro los derechos y las libertades de las minorías, sino los de las mayorías: mujeres, migrantes, personas de los colectivos LGTBI, la clase trabajadora, las y los pobres en general… Precisamente, el interés genuino por esas mayorías es, junto con la perseverancia, la inteligencia política y la esperanza, el mejor antídoto para afrontar esta época nefasta de autoritarismo y neoliberalismo en modo turbo.

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