Una confrontación en la que no cabe inhibirse

Constatada la irrupción de la extrema derecha en la agenda estatal, se abre el debate: confrontar el discurso fascista o tratar de hacerle el vacío para intentar negarle la centralidad. No hay respuesta mágica que resuelva el debate; toca analizar en cada caso la materia sometida a confrontación, en qué marcos mentales y discursivos se da dicha confrontación, y con qué correlación de fuerzas. El autoritarismo de nuevo cuño es un fenómeno global que se adapta pragmaticamente a las circunstancias particulares de cada lugar y momento. La respuesta no puede pecar de lo contrario.

Una de las banderas alzadas por la extrema derecha es la del antifeminismo, que no es sino una defensa de la cultura patriarcal. La violencia machista no es utilizada más que para reforzar agendas punitivas –cadena perpetua– y xenófobas –en los casos, minoritarios, en los que el agresor es un migrante–. No es un fenómeno español, es una característica compartida por todos los movimientos del ramo. Bolsonaro o Trump son ejemplos. Pero no se trata de un tema de la extrema derecha, sino de su reacción a la batalla por la igualdad que el feminismo viene liderando con gran intensidad. A toda revolución acompaña una tentativa contrarrevolucionaria, a veces exitosa, a veces no.

La extrema derecha logra articular la reacción de quienes sienten como un agravio los pasos dados a favor de la igualdad, pero la confrontación existía antes de que las fuerzas de corte fascista irrumpiesen electoralmente, por lo que inhibirse no es en este caso una opción. Y si se elige un buen marco para dar la batalla, es posible también aprovecharla para consolidar cambios culturales en marcha. Que la oposición al feminismo quede enmarcada en la extrema derecha da miedo, pero abre la puerta a amplias alianzas. Nada está escrito; la batalla está por darse y reclama toda la inteligencia colectiva posible para articular políticamente una respuesta que no se deje robar argumentos ni sentidos comunes.

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