La cultura y la lengua vasca son frágiles y corren peligro en un mundo diseñado por y para otras escalas, otras dimensiones y otros objetivos que no son ni la convivencia ni la cooperación. Por eso ha sido tan importante Berri Txarrak para tanta gente. Por eso resulta tan inspiradora y enardecedora una banda de rock que suena con semejante potencia y que rompe barreras. Un grupo que clama contra la injusticia, que apela a las emociones más primarias y universales, Una música que invita a vivir y a seguir las pasiones, a disfrutar y a luchar, a no rendirse. Una guitarra, un bajo, una batería y una voz. En euskara. Nada más y nada menos.

Berri Txarrak ha logrado que una despedida particular sea una celebración comunitaria de enaltecimiento de la música, de la sociedad vasca y de su cultura. Ha conectado generaciones distintas, ha tatuado esos himnos en la memoria colectiva y ha generado riqueza en todos los sentidos. Son el último ejemplo de una larga tradición de compromiso con la música y el país. BTX es ya parte de la banda sonora que, desde Ez Dok Amairu, acompaña a la construcción de una sociedad mejor.

En un mundo de insatisfacción permanente, de autoflagelación asistida, de crítica superficial, el éxito es visto con recelo. Siempre hay a quien le gustaba más la maqueta. «Algo habrán hecho», parecen decir otros. Y tienen más razón que un santo: el éxito rara vez llega sin hacer algo, por no decir nunca. Berri Txarrak ha demostrado precisamente el valor de hacer –y de ensayar–; que actitud no es sinónimo de pose; que la pasión conjuga bien con la estrategia; que la trascendencia no es necesariamente la otra cara de la vanidad, sino la amiga de la ambición.

Euskal Herria está necesitada de experiencias y experimentos, de iniciativas y de proyectos que la impulsen a un escenario de libertades y derechos. Desde la cultura se está avivando esa fuerza emancipadora, y hay que poner estas apuestas y a sus protagonistas en valor. Por esto también: Mila esker, Berri Txarrak, eta ikusi arte!