Después de la crisis económica del 2008 o de la pandemia en el 2020, entre otras promesas políticas, afirmaron que se «acabaría con los desahucios», que «nadie se quedaría atrás». Sin embargo, lo que, de verdad, se «ha quedado atrás», en la cuneta de la justicia social, es lo que prometieron aquellos políticos que buscaban la reelección y sabían que los negocios de las élites económicas son intocables. Esta semana el Ayuntamiento de Gasteiz, con la ayuda de la Ertzaintza, ha desahuciado en el Casco Viejo a una familia con dos menores. Sucedía el mismo día que se conocía que Andoni Ortuzar, expresidente del PNV y exdirector de EITB, siguiendo el camino de otros altos cargos del gobierno jeltzale, recorría el corto trayecto de las «puertas giratorias» y fichaba como asesor de Movistar Plus. Hablo de dos realidades opuestas que existen y se enfrentan en la misma moneda del sistema, en la distancia de una desigualdad atronadora que siempre se ha conocido como lucha de clases. Ahora, en el lenguaje posmodernista, tan manipulador con los conceptos de la izquierda, ha surgido la palabra aporofobia, odio a la pobreza, que nada tiene que ver con traumas sicológicos y sí con el desprecio histórico de las élites hacia la clase trabajadora. Me lo comentó un lector y creo que tiene razón.