Después del nuevo ataque de Israel a Gaza, la solidaridad con el pueblo palestino llenó la Plaza de la Virgen Blanca de Gasteiz. Igual que en otras ciudades de Euskal Herria y de Europa, la indignación estuvo tan presente que se hizo notar hasta en la fuerza con que el viento agitaba las banderas. «Hoy ha comenzado la primavera», me dijo alguien, y recordé un verso de Pablo Neruda: «no podrán detener la primavera». Sin embargo, en Gaza, hace años que el verso del poeta chileno solo puede escribirse como un recurso retórico de la esperanza. A pocos metros de dónde los manifestantes mostraban su exasperación contra el gobierno genocida de Israel, en una esquina de la plaza, se encuentra un local de la cadena de cafés Starbucks, colaboradora del Ejército israelí e incluida en la lista de empresas en la campaña del boicot a Israel. Dentro del establecimiento, la normalidad de cualquier tarde, luces, conversaciones y gente sonriente ante un café. Fuera, el grito solidario con un pueblo que sufre. Tuve la impresión de contemplar dos mundos paralelos que han aprendido a convivir sin la violencia de reconocerse. Entonces pensé que este tiempo tan inquietante en que vivimos está impregnado de una muerte modernizada, perfeccionada, asimilada en la distancia de guerras que siempre están lejos.