Hay quienes piensan que Trump está loco, que Hitler estuvo traumatizado desde su infancia y que el complejo de inferioridad marcó la vida del dictador Franco. Así se psicoanaliza la maldad intrínseca que acompaña a la codicia, al autoritarismo y a la ambición desmedida que se necesita para dirigir el sistema capitalista y llevarlo a su extremo, que es el fascismo. Los planes que Trump acaba de anunciar para la Franja de Gaza entran dentro de esa lógica. Su yerno, Jared Kushner, educado en la élite sionista de Harvard y un poderoso empresario inmobiliario, lleva años colaborando con Netanyahu como constructor de los asentamientos de colonos israelíes en Cisjordania. La «reconstrucción» de Gaza y el gran negocio que supondrá su reconversión en una Riviera mediterránea de alto standing, va precedida del genocidio y expulsión del pueblo palestino, lo cual convierte este plan en el crimen político y humano más despiadado de este siglo. Resulta imposible mirarlo desde otra perspectiva. Sin embargo, no es una locura de Trump. Comparte ADN ideológico con las cotidianas y salvajes especulaciones de los «fondos buitre», bancos y multinacionales que arrasan viviendas, tierras y vidas. Trump no está loco, ni Hitler estuvo traumatizado, ni Franco acomplejado, simplemente, les embelesó el fascismo.