En una conversación sobre la distancia entre generaciones, un amigo, mucho más joven que yo, afirmó que él no tenía dificultad en entender mi tiempo y en mantener conmigo una buena amistad. Como le conozco desde hace años, no me sorprendió, pero sí lo hago cuando alguien con algunas décadas menos me dice que sigue mis columnas. ¿Por qué me siento así? Pues no lo sé. Hoy, el mundo, la política y la vida cambian tan rápido que me inquieta olvidar y no escribir sobre las preguntas necesarias para entender el presente y cambiar el futuro. Siri Hustvedt, escritora y ensayista neoyorkina, en su libro "El verano sin hombres", cita una reflexión de Antígona que, en la novela, conecta con este desasosiego del cambio, el tiempo y la edad. «No puedo seguir viviendo atemorizada, ni, viendo lo que veo, reprimir las lágrimas». En la conversación, alguien sentenció que las de mi generación éramos algo así como unos «románticos amantes de aventuras revolucionarias». Entonces recordé a mis padres y pensé que su generación, la que perdió mucho más que una guerra, y la mía, no fueron tan diferentes. De las discusiones familiares o políticas salvamos los ideales para «atrevernos a soñar». Esa fue la generación de la clase obrera, de los trabajadores asesinados el 3 de Marzo, de Piru, de Elías Antón...