Amparo Lasheras
Amparo Lasheras
Periodista

La Ley Mordaza y los parecidos inquietantes

Entre «la calle es mía» de Fraga y ese «en la calle, la autoridad soy yo» existe un parecido ideológico inquietante.

Aquí, en la calle, yo soy la autoridad». Me lo dijo un agente de la Ertzaintza hace un año y después me aplicó la Ley Mordaza. Lo mismo dijo Fraga Iribarne en 1976, cuando las fuerzas de seguridad asesinaron a cinco obreros en Gasteiz. «La calle es mía», declaró. Nunca hubo juicio y nadie cuestionó sus palabras, ni siquiera la «democracia» que también llegó después. Su idea ha subsistido como un dogma de seguridad y ha convertido a los policías de todos los colores en seres intocables, en autoridades arbitrarias, peones armados y necesarios para mantener una represión «estable», no llamativa, que asegure el orden del sistema. Tienen razón quienes sostienen que la Ley de Seguridad Ciudadana se promulgó sobre todo para defender a la Policía del descontento social; para blindarla en sus maneras de matonismo uniformado y protegerla frente a las denuncias de víctimas policiales que con la ley pasaron a ser ciudadanas de perfil conflictivo, agresores y desobedientes irreverentes, poco merecedores de respeto y derechos cívicos. Entre «la calle es mía» de Fraga y ese «en la calle, la autoridad soy yo» existe un parecido ideológico inquietante; un sabor de ultraderecha que, con el permiso de la Ley Mordaza, avanza y campea a sus anchas entre los guardianes más devotos del «oasis vasco».

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