No hay tragedias como las griegas. Los helenos fueron auténticos maestros en la construcción de complejos y barrocos mitos divinos y humanos. Su tradición ha perdurado durante siglos, milenios, y se aloja aún hoy en lo más profundo de nuestra civilización. Homero escribió su “Ilíada” en 15.693 versos, perfectos hexámetros. Cada hexámetro, seis pies; cada pie, dos tiempos, uno de elevación y otro de descenso. Cinco dáctilos –combinación rígida de una sílaba larga seguida de dos breves– cerrados por un cataléctico final, con una sílaba menos. Y así 15.693 veces. Literatura con mayúsculas.
No voy a contarles la “Ilíada”, porque acaso ya la conozcan, y porque, si no es así, les invito a que la descubran. Pero sí hablaré de alguno de sus personajes. No de Aquiles, el invencible héroe protagonista, ni de Helena, hija del mismísimo Zeus. Me fijo en su cuñado Agamenón, Rey de Micenas y Argos, hermano de Menelao y líder pancista de las tropas aqueas que asediaron y destruyeron Troya. Agamenón sacrificó a su propia hija, Ifigenia, para obtener el favor de los dioses en la guerra contra los troyanos, y murió años después a manos de su rencorosa mujer, Clitemnestra, en venganza por la inmolación de Ifigenia.
Agamenón era hijo del rey Atreo, un elemento de cuidado. Cuando Atreo se enteró de que su esposa, Aérope, lo engañaba con su hermano gemelo, Tiestes, mató a los hijos del traidor –Tántalo y Plístenes–, los cocinó con mimo y los sirvió a la mesa en un banquete en el que Tiestes se puso las botas. Éste, al conocer los ingredientes del ágape, primero vomitó, luego montó en cólera y finalmente pidió consejo al oráculo para acabar con su hermano. Y se ve que, ese día, el augur había abusado del famoso caldo griego, porque le aconsejó tener un hijo con su propia hija, Pelopia, un nieto fruto del incesto, Egisto, que llevaría a cabo su venganza. Y lo hizo, vaya si lo hizo.
En fin. Mañana se reúne la Junta Directiva Nacional del PP para organizar el XX Congreso del partido. Si hubieran vivido en estos días, al propio Homero, o mejor a Sófocles, Esquilo y Eurípides, los tres trágicos, les hubieran faltado dáctilos y catalécticos para poner métrica a tanta insidia.
Insidia
Cuando Atreo se enteró de que su esposa, Aérope, lo engañaba con su hermano gemelo, Tiestes, mató a los hijos del traidor, los cocinó con mimo y los sirvió a la mesa en un banquete en el que Tiestes se puso las botas.
