Venimos de un ciclo en el que diversas izquierdas en el Estado entraron por primera vez en gobiernos importantes. Ahí están Podemos y sus sucesores, pero también los valencianistas de Compromís, ERC en Catalunya, por no hablar del poder local alcanzado por los comuns de Ada Colau y otras fórmulas municipalistas. La mayoría de estas aventuras ya han sido barridas del poder o aguantan a duras penas, pero todas dejan como herencia valiosas lecciones para quien venga detrás.

He conocido de cerca dos de ellas: Colau en Barcelona y Pere Aragonès en la Generalitat. La primera fue desalojada en mayo; el republicano lucha aún por la reelección con las encuestas en contra. Hay cientos de diferencias entre ERC y los comuns. Piensan cosas diferentes y gobiernan de forma distinta. Pero la piedra en la que han tropezado ambos es la misma: no entender que su paso por la alcaldía y la presidencia era una oportunidad excepcional a la que debían responder de forma excepcional.

Ni a Colau ni a Aragonès les puso allá ningún poder fáctico. Todo lo contrario. Llegaron pese al mundo económico, judicial, los medios que viven del BOE y los partidos con el Estado de su parte. ¿Cómo lo consiguieron? Con tantas papeletas que no hubo forma de negarles la investidura. Los votantes catalanes y barceloneses auparon opciones que nunca habían estado en lo más alto porque querían políticas diferentes. Pero lo que recibieron estuvo lejos de lo que esperaban.

Por supuesto que un gobierno con una agenda transformadora encuentra fuertes presiones, inercias y palos en las ruedas. Claro que hacer lo de siempre es más fácil y además evita huracanes constantes en la opinión publicada. Pero tanto Colau como Aragonès han pecado de falta de valentía para tirar adelante su programa, molestara a quien molestara, y han acabado arrastrados a un posibilismo que no es fruto de una estrategia gradual, sino puro instinto de conservación. No hay nada más desmovilizador que la decepción. Que se imprima esto a fuego cualquier fuerza de izquierdas o soberanista que aspire a gobernar.