Quienes han participado en luchas colectivas o cualquier negociación conocerán una figura habitual: el fundamentalista. Es aquel que siempre presionaría un poco más, el que defiende unas líneas rojas inamovibles y quien considera que cualquier cesión, por pequeña que sea, es poco menos que una traición. Suele coincidir con que es, también, quien disfruta de una situación personal más desahogada y, en general, el que menos se juega. Esta tipología está extendida en todos los ámbitos, también en los foros de discusión política. Incluso a veces llegan a según qué puestos de dirigencia en partidos. Pero existe su contraparte, una figura de la que se habla menos, en el extremo opuesto. Son aquellos que siempre están muy preocupados por evitar el conflicto, si hace falta borrando cualquier demanda de mínimos. Su pretexto preferido es que tienen en contra no sé qué correlación de fuerzas y que un choque sería peor que un mal acuerdo. Aunque parecen contrarias, las dos posturas resultan casi simétricas. Ambas erosionan, cuando son evidentes, la posición negociadora del bando en el que están. Y las dos desmovilizan. Pero mientras la primera suele ser rápidamente identificada y neutralizada, la segunda se ha convertido en una enfermedad que crece pareja al pesimismo. El culto al mal menor como estrategia posibilista de baratillo supone, por ejemplo, que las izquierdas europeas hayan renunciado a aspirar a victorias completas. Se han conformado con ser actores secundarios en el mantenimiento del «statu quo». Cosa que apela a quien apela, pero no a mayorías sociales. El peligro al que se enfrentan todos los movimientos emancipatorios del mundo en esta época de repliegue ultra es enorme. Que para hacer frente a este monstruo hará falta forjar alianzas incómodas que obligarán a borrar casi cualquier línea roja es un hecho que se debe asumir sin más trauma. Pero renunciar a los mínimos por los que a cada uno le merece la pena luchar es siempre un suicidio a cámara lenta. Y la vía directa a que nadie encuentre razones para resistir.