El sionismo se inspira en su interpretación del cuento bíblico de Noé para justificar la barbarie colonialista. El trumpismo en la resurrección de un endiosado hipócrita que, coreado por borregos, trata de hacer del planeta un paraíso terrenal para una minoría VIP de ricos cristianos anglosajones. El skinnerismo conductista ya ha instaurado el capitalismo de la vigilancia en el que la ansiedad se sacia con pequeñas recompensas que finalmente llenan el «planeta pantalla» de seres insatisfechos y paranoicos. Estas y otras mitologías son el contenido reproducido a escala global por la revolución cibernética. Construyen un mundo en el que el sujeto, o mejor dicho, el sujetado, es un individuo refugiado en tópicos «identitarios» fabricados por la industria audiovisual y dirigidos por quienes, a lo largo de la historia, han establecido un modo de vida en el que todas las cosas y las personas estamos a su servicio y somos de usar y tirar.La extensión exponencial de la xenofobia, la misoginia, la homofobia y la aporofobia se produce en la medida en que los espejismos identitarios hegemónicos tienen cada vez más capacidad tecnológica para penetrarnos. Y constantemente nos preguntamos quiénes somos en realidad. La publicidad, con su maraña de arquetipos, nos dicta lo que creemos ser. Y nos dicen que somos lo que oímos, lo que comemos, lo que bebemos. Que somos lo que decimos y lo que dicen de nosotras. Además, dicen que somos cómo actuamos según lo que creemos piensan de nosotras, que somos lo que nos piensa. También dicen que somos lo que vemos, lo que creemos ver o aquello de lo que huimos.Dicen que… dicen que… Todo para tejer esta maraña de espejos creados con la intención de tenernos desorientadas y encerradas en su laberinto de la confusión. Pero por suerte, no nos tragamos lo que dicen, porque sabemos que no somos nada de eso y, de ser algo, somos las identidades colectivas ninguneadas, arrebatas y oprimidas. Somos una breve pausa en el vacío de la inexistencia y, como siempre, aquí estaremos plantándoles cara.