La cara más dramática del ecocidio para la humanidad está siendo el genocidio global. Hambrunas y catástrofes ambientales provocadas por la desertización y el calentamiento global, epidemias, guerras colonialistas intestinas son muestra de ello. Uno de los casos más significativos es el genocidio del pueblo palestino. Ha sido y es un cruel ejemplo de cómo la vida se deshumaniza como resultado de la colonización militar, que utiliza como armas la destrucción de territorios, el asesinato masivo e indiscriminado, la invasión con asentamiento de colonos, la hambruna y la migración forzada. El bloqueo, los bombardeos, la destrucción de infraestructura básica como hospitales, escuelas y viviendas, y la incapacidad de las personas para salir o acceder a la ayuda humanitaria, son herramientas para ejecutar un genocidio y prolongarlo en el tiempo, provocando daños ya irreparables.Todo ello refleja la esencia de la actual condición humana impuesta, de ese ser que ha ido involucionando como especie hacia la cúspide de su degeneración. Ha conseguido tener la vertiginosa capacidad y tecnología para asesinar masivamente a sus semejantes, al resto de los seres y a las condiciones naturales necesarias para poder garantizar su propia existencia. La gran obra del homo postsapiens ha sido construir una economía antiecológica guiada por la religión del ánimo de lucro, disfrazada de verde y basada en la devastación indiscriminada de todo lo común, de toda la biodiversidad natural y cultural.Pero no asustarse. El ecocidio tendrá un final feliz para la naturaleza, no así para el humano. El silencio de la naturaleza resuena ante los atropellos del humanoide, y es la alegre carcajada insonora que emite porque sabe que, cuando este se autoextinga, podrá rebrotar. Ella, convertida en desierto y ceniza, nos dirá, más pronto que tarde, cuándo será el fin de la 6ª extinción, esta vez no inducida por glaciaciones o meteoritos, sino provocada por el «homo inbécilis». La naturaleza no nos necesita, somos nosotras quienes dependemos de ella.