Un delincuente condenado por treinta y cuatro delitos, el mismo que hace exactamente cuatro años forzara a la Cámara de Representantes de la EEUU a aprobar una resolución con el objetivo de destituirlo por inducir la toma del Capitolio; ese grotesco individuo, llamado Donald Trump, va a ser entronizado como nuevo Emperador. Y como a todo emperador, las fronteras pronto se le tornan asfixiantes corsés que invitan a procurarse una talla más. «Make America Great Again», vocean los trumpistas. Pasó con la Alemania y el Japón de los años treinta; «espacio vital necesario» lo denominaron y empezaron por Polonia y Manchuria. Después siguieron.En esta época de globalización que nos ha tocado en suerte, pareciera que el control de los mercados por parte de las corporaciones multinacionales, dictando las políticas de los diferentes gobiernos a fin de proporcionar al Capital los exorbitados beneficios que así obtiene, hiciera innecesaria la anexión de nuevos territorios. No es el caso. El nuevo inquilino de la Casa Blanca no oculta sus deseos: quiere «comprar» Groenlandia, que Canadá forme parte de USA y ya puestos, ocupar el canal de Panamá para el total control comercial del paso entre el Atlántico y el Pacífico.El apoyo político y económico de la nueva administración estadounidense a todos los movimientos reaccionarios que configuran una suerte de fascismo neoliberal teñido de nacionalpopulismo ya está activo; la izquierda de Europa descohesionada políticamente; la timorata y pusilánime izquierda española celebrando que hace cincuenta años Franco murió en la cama (no así Carrero) y en batallitas con unos denominados “Abogados Cristianos” –¿para cuándo Fontaneras Islámicas, Mecánicos Agnósticos o Agropecuarias Budistas?– por no haber derogado el medieval y delirante delito de blasfemia ¡mecagüen Dios! A merced de unos medios de propaganda del facherío español, sin capacidad de iniciativa y desangrándose mutuamente de manera cainita. Nos vamos pareciendo, cada día más, a la aldea gala de Astérix y Obélix.