No había escuchado canción alguna del nuevo disco de Rosalía y un impulso interior me impelía a hacerlo. Por doquier, una presión desde múltiples instancias donde se construye la opinión pública, instábame a vencer la indolencia que procura en mí la sensación de inmediatez de estos tiempos líquidos y vertiginosos, donde el insaciable devorador Cronos sufre bulimia. La sensación de que todo va a toda hostia, a velocidad de vértigo donde profundizar es imposible; un ritmo frenético marcado por una obsolescencia sobrevenida de manera inmediata. No hace tanto hice instalar el Windows10 en mi ordenador para no aguantar las chanzas de mi entorno por tener el disruptivo Vista que me vi obligado a cambiar desde un correcto XP por la cosa de las imperiosas «actualizaciones». O actualizas o los males del Universo vendrán a por ti, amén del miedo de que nada funcione. Ahora es el Windows11. Miro mi lápiz de grafito número 2HB y me invade la nostalgia. Siempre funciona, de tanto en tanto le sacas punta, su única actualización, ningún parche. Perdonen ustedes tales digresiones de este su desactualizado servidor. Vuelvo al tema. Después de oído el disco “Lux” ya puedo aparentar contemporaneidad. Me ha sorprendido su consonancia entre voz y música, algo que invita a escucharlo en un solo tiempo y varias veces; letras poéticas trabajosamente elaboradas con intención de profundidad. Ahora bien, las referencias a dos ascetas místicas, apologetas de la renuncia al mundo por Dios en la portada del disco, la musulmana Räbia al Adawiyya y la cristiana Simone Weil, todo tan ecuménico, da un poquito de repelús, haciendo que la Lux se torne Tiniebla. La sinrazón religiosa como divertimento acaba siendo algo muy amargo, sobre todo para los oprimidos, y más si cabe, para las oprimidas. La Luz interior del Yo acostumbra a oscurecer la realidad exterior del Nosotros.Así pues, de exuberante motomami a célibe monja extasiada. Malamente. Dos formas, dicen ahora, de empoderamiento que antes denominábamos alienación.Me falta la fe. Toda, todita.