Fede de los Rios
Fede de los Rios

Reinando la impostura

Asistimos a un fenómeno relativamente nuevo consistente en la indiferencia hacia la verdad o, mejor dicho, la indiferencia hacia la mentira. La mentira, aun mal construida, no pasa factura

Dicen algunos de los profesionales de la palabra que vivimos en la posverdad, una deriva práctica y natural de la era posmoderna donde se teoriza acerca de la imposibilidad del ser humano de acceder a la realidad objetiva y por ende distinguir lo que es verdad y lo que no.

Vale que la mirada del observador modifica lo observado, vale que el relato del hecho acontecido no puede ser único y aún menos si son hechos acaecidos tiempo atrás, vale que la verdad no es la verdad la diga Agamenón o su porquero como demostró Juan de Mairena, pero de las mentiras, de las falacias podemos tener seguridad por la constatación de las pruebas copón.

Al impostor se le definía bien como la persona que calumnia, que atribuye a uno alguna cosa, bien como una persona que se hace pasar por quien no es o, por último, como la persona que finge o engaña con apariencia de verdad.

¿Cómo llamar, ahora, a quienes ni siquiera necesitan la apariencia de verdad para el engaño? Asistimos a diario al bombardeo de lo que llaman fake news que tienen por objeto el producir emociones en el lector, el oyente o el consumidor de imágenes. Cientos de afirmaciones dirigidas a las vísceras que un cerebro no excesivamente lobotomizado descartaría con una somera aplicación de la lógica. ¿Por qué no es así? Asistimos a un fenómeno relativamente nuevo consistente en la indiferencia hacia la verdad o, mejor dicho, la indiferencia hacia la mentira. La mentira, aun mal construida, no pasa factura. Así los feijóos, marlaskas, ayusos y ortuzares. Tal es el autismo de gran parte de la población ante mentiras que determinando su modo de vida no se sienten interpelados. En comparación, el concepto marxiano de alienación, pelillos a la mar.

Razona con acierto el panfleto “Ahora” del comité invisible. No falta ninguna razón para la revolución: la arrogancia de los poderosos, el reinado de lo falso, la explotación desnuda, el apocalipsis ecológico… Las razones están todas pero las revoluciones las hacen los cuerpos. Y los cuerpos están delante de las pantallas.

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