Lo vivido estos meses debe invitarnos a una reflexión como sociedad: mientras el posfascismo crece y está en modo macarra, asistimos a la utilización de recursos y legitimidad de las instituciones para ensuciar el recuerdo de militantes abertzales contra el franquismo y, a la vez, preservar la memoria de torturadores franquistas o altos cargos de una dictadura que, como señalaban en 1946 las Naciones Unidas, fue un régimen fascista creado con el apoyo de Hitler y Mussolini. Todo ello, en beneficio de una «economía de la deuda moral» que se basa en utilizar el sufrimiento y la empatía como mercancías políticas y elementos de chantaje contra la izquierda soberanista-independentista. Según esta economía, siempre debemos condenar, arrepentirnos y pedir perdón más y más hasta el infinito, porque nunca será suficiente, puesto que la clave está en esa tensión para ponernos a la defensiva, haciéndonos arrastrar una deuda moral que jamás podremos liquidar. Y esto mientras ni una sola persona, ni una, ha sido condenada por los crímenes del franquismo y los torturadores del posfranquismo siguen impunes.Algo muy importante ha cambiado este 2025, sin embargo. Nuestra sociedad se ha levantado contra el genocidio sionista y ha mandado también un mensaje muy claro a quienes se han autoatribuido el papel de guardianes de la ética y la moral: memoria sí, pero no así. Siempre habrá lecturas diferentes del pasado, la única manera de que haya una sola es liquidar por la fuerza las demás y eso nada tiene que ver con la democracia. Pero también es preciso que seamos capaces de compartir algunas visiones y eso nos lleva a elegir si queremos hacerlo alrededor de la legitimación de la dictadura o del compromiso antifascista y democrático de quienes le hicieron frente. De la España imperial o del derecho de los pueblos a elegir libremente su futuro. Hoy, 27 de septiembre, 50 años después, podemos y debemos proclamar bien alto que somos el pueblo de Txiki y Otaegi, no el de Melitón Manzanas.