Afirmar que vivimos en un mundo de mierda es clave para toda posición de izquierda transformadora. Pero también lo es identificar las semillas de otros mundos posibles y cuidarlas y alimentarlas para generar posibilidades reales de construcción de alternativas.Por eso, porque estamos en un mundo de mierda y lo sabemos, celebramos un alto el fuego en Gaza que ni siquiera ha entrado en vigor, lleno de dudas y marcado por las rendijas por las que muy probablemente se terminará colando el ansia de continuar con el genocidio. Sin embargo, gran parte de quienes habitamos este mundo de mierda hemos recibido el anuncio con alivio, no porque nos autoengañemos, sino precisamente porque sabemos que es el único avance posible ahora mismo. Con sus contradicciones, sí, con sus debilidades y sus riesgos, tantos que hay muchos motivos para temer que nunca llegue a materializarse plenamente. Frente a ese ardor guerrero que anunciaba y hasta festejaba una especie de apocalipsis contra Israel como respuesta a sus crímenes, la realidad de la fragilidad del pueblo palestino masacrado nos invita a agarrarnos a cualquier posibilidad de frenar esta cruel matanza. Aunque se trate de un alto el fuego que no devolverá la vida a las personas asesinadas, ni la salud a las heridas, ni convertirá de nuevo las ruinas en lo que antes fueron. Aunque jamás pueda borrarse el horror al que este mundo de mierda ha asistido poco menos que impotente, asqueado de complicidades y blanqueamientos inmundos. La queja, el adjetivo, la descalificación moral o el rechazo ético no son suficientes, nunca lo son. Sin una posición firme no hay modo de cambiar el mundo, pero hacen falta estrategias viables para frenar el horror y poder modificar las relaciones de poder que lo hacen posible. Un alto el fuego en Gaza no es suficiente, está más que claro, pero puede abrir caminos y eso ya es mucho en este mundo de mierda.