A Monsieur 1.000 milliards no lo llaman así por El hombre de los seis millones de dólares de nuestra infancia televisiva, no, porque Bruno Le Maire no tiene nada de biónico a pesar de su salto inconcebible desde el ostracismo suizo hasta el ministerio de Defensa del efímero penúltimo gobierno de la Francia macroniana. Tampoco lo designan así porque él lo valga, a pesar de que su autoestima sí parezca robótica. El apelativo le llega por su responsabilidad, tras siete años gestionando los bienes del país, en la deuda astronómica que lastra a esta república cada vez más bananera, tanto en lo político como en lo económico. Un billón de euros de pasivo es mucho, pero todo se explica, al menos él, que acaba de acusar a todo el mundo, tanto a antiguos compañeros de gobierno como a la oposición, de «venir a llorar a mi despacho para que gastara más». Tal es el revuelo, que otras cuestiones como la creación de una comisión de la verdad sobre el GAL en el parlamento francés pasan totalmente desapercibidas, porque fuera del ámbito vasco a bien pocos les importa que Mitterrand mirara para otro lado cuando el gobierno del Señor X desvió fondos millonarios para financiar una guerra sucia en el interior de las fronteras del Hexágono. Y, sin embargo, la verdad no tiene precio. Y esa todavía se adeuda.