El pasado jueves, víspera de Todos los Santos, la República francesa se disfrazó de Frankenstein resucitando sus fronteras y volviéndolas a coser con alambre de espino para cerrarlas en nombre de la seguridad, tótem de estos años veinte del siglo XXI que se asemejan aterradoramente a los del XX, testigos del fermento del fascismo que llevó al planeta al ensayo de su autodestrucción. Tal es la paranoia securitaria actual que incluso los gestores de los municipios de Hendaia y Donibane Lohizune, socialistas unos y conservadores otros, han decidido armar a sus policías locales, como si las pistolas fueran a nivelar una sociedad cada vez más desequilibrada en lo económico o, lo que es lo mismo, en lo social. Y como el miedo posee la curiosa cualidad de paralizar, el ministro de Interior alimenta el pánico asegurando que Francia vive una mexicanización, con numerosas bandas de narcos que campan a sus anchas dejando cadáveres como los de dos jóvenes que perdieron la vida estos últimos días bajo el plomo de la droga. Y como asegura el diputado ultra Jean-Philippe Tanguy, “Francia es presa de la ultra-violencia”, por lo que la respuesta sólo puede ser extrema, vampirizando los derechos más básicos y anulando cualquier respuesta ciudadana. Esta estremecedora noche de Halloween es cada vez más oscura y cada vez más larga, como una pesadilla.