Cómo habrá bajado el nivel, qué sed tendré, que me consoló sinceramente que, en sus primeras declaraciones al frente del PP, Alberto Núñez Feijóo dijera que no había venido a insultar a Pedro Sánchez, sino a ganarle. Es verdad que, para ganar a Pedro Sánchez, a Feijóo le sobran medios que le insulten sin que tenga él que mancharse las manos, pero también es cierto que no miento si digo que me hizo bien escuchar algo que sería mejor que no hiciera falta decir, pero es mejor que lo digamos, porque hace falta; que insultar es lo que es, un recurso poco honroso que no tiene sitio en la vida pública y rebaja a quien lo utiliza.
«Hablar impropiamente no solo es cometer una falta en lo que se dice, sino causar un mal a las almas». Casi 2500 años después, la frase de Platón sigue siendo cierta y las últimas que podemos dudarlo somos las feministas, que ya sabemos que hablar con violencia es violencia, que insultar y despreciar es maltratar. Por eso debemos tratar de hablar bien y por eso resulta tan desagradable ver a estos hombres empeñados en exhibir su violencia verbal, para esconder sus más íntimas cobardías y parecer más duros. Y lo mismo puede decirse de las mujeres que los imitan que, gracias a la subestimación constante que se hace de nosotras, pueden permitirse ser furiosamente violentas.
La violencia verbal de la vida pública española, y que estamos integrando con toda normalidad en la vasca, es un síntoma de degradación política y moral ante la que debemos y podemos rebelarnos, exigiendo de nuestros medios de prensa que eliminen los insultos de sus libros de estilo, negándonos a conversar con quien no nos habla como es debido, hablando de la mejor manera posible en redes sociales y espacios públicos, y exigiendo a nuestros representantes que nos hablen con corrección y amabilidad. Y que recuerden, en honor a la humanidad que compartimos y a la grandeza a la que tenemos derecho, que tenía razón Shakespeare cuando escribió que «penséis lo que penséis creo que no están de más las buenas palabras».
Buenas palabras
La violencia verbal de la vida pública española, y que estamos integrando con toda normalidad en la vasca, es un síntoma de degradación política y moral
