Hablando a menudo con Maro, me hago a la idea un poco del espanto distópico que supone vivir hoy en los Estados Unidos. Él reside en Atlanta, es trans, bastante negro, y para colmo, de origen cubano. Me cuenta mi amiguísimo ex que la gente desaparece, es decir, es hecha desaparecer. Que el departamento anti-emigración busca en donde están registradas personas con apellidos hispanos y se presentan en las casas para llevárselas sin preguntar ni comprobar. Él nació en Nueva York, pero se apellida Díaz: por precaución ya ni está empadronado en su casa. También está desapareciendo gente con apellidos no hispanos, incluso anglos, nacida allí. Angustia escucharle, pero desde hace unas semanas le ha renacido la esperanza.Me cuenta Maro que los Estados Unidos de América mantienen una herida abierta, otra además del genocidio indígena y la esclavitud negra fundacionales, que es el abuso sexual infantil. Me habla de un trauma nacional silenciado pero profundísimo, y de que el encantamiento con Trump se ha empezado a resquebrajar precisamente por ahí, por la obsesión del infame mandatario con tapar las pruebas de su amistad con el pederasta depredador y multimillonario Epstein. Como todo fascista, Trump se presenta y se venera con impronta paternal. Padre salvador, padre autoritario, padre temido, padre violador. Estos días se ha aireado que el padre del otrora mejor amigo de Trump, Elon Musk, arrastra varias acusaciones de haber abusado sexualmente de varios de sus hijos e hijastros cuando eran criaturas, de ambos géneros. Incluso tuvo un bebé con una de ellas ya adulta, una a la que asaltó de niña. Elon es un padre compulsivo y de mierda, solo hay que preguntárselo a su primogénita trans, pero detesta a su pederasta padre. De las heridas sexuales patriarcales puede emerger también mucha luminosa belleza cuando sanan y ayudan a sanar. Que fascinante el último libro de María Llopis, publicado en Txalaparta, "Treinta años follando". Brava, María, mila esker!