Ainhoa Güemes eta Zaloa Basabe Blog
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Aire fresco para el debate sobre el matrimonio

Raquel (Lucas) Platero

Investigador de la Universidad Complutense de Madrid

 

 

            Acabo de leer el artículo de Zaloa Basabe, titulado “Matrimonio, patrimonio” y he sentido una bocanada de aire fresco, con su análisis crítico de una institución que para muchos está caduca -mientras que otras personas señalan su “renovado interés”-, y que requiere repensar en qué términos queremos establecer nuestras libertades civiles. Zaloa aborda inteligentemente el debate sobre la regulación de las relaciones ante el Estado, es decir, para preguntarnos quién está dentro y fuera del matrimonio civil (¿nos acordaremos de que todavía no se reconoce el matrimonio gitano como matrimonio?), y si la inclusión en el matrimonio es tan beneficiosa como “la pintan”.

Tras el cruce de noticias neoconservadoras contra la postura del Tribunal Constitucional y por otra parte triunfalistas con la pervivencia de este derecho, muchas personas sentimos que estamos atrapadas en este debate binario, en el que sólo podemos estar a favor o en contra del matrimonio y que se presenta como una cuestión sin matices. Por no mencionar la noción de amor romántico que aún tenemos pendiente de cuestionar en mayor profundidad. Zaloa se ha dado por aludida en este no-debate, casi en un lugar de imposibilidad y al que desde luego nadie la ha invitado, que parece que sólo implica a conservadores y personas LGBTQ, donde agradezco que pueda añadir un poco de mirada crítica sobre una demanda que desde la izquierda sólo podemos recibir con alegría, y parece que sin voz para opinar ni matizar.

Corriendo he compartido el artículo con mis amistades. Richard Cleminson me ha escrito en cuestión de segundos y aportaba también una interesante reflexión: ”las personas no casadas deberían tener los mismos derechos etc. que las personas casadas. Eso, como mínimo. La dificultad es a quién "pedir" esos derechos. Si se los pedimos al Estado, refuerza sus instituciones, hasta cierto punto, y sus maneras de ser”. Será que las instituciones y sus actos legislativos son los que producen nuestras formas de vivir y de ser, y que moldean nuestra forma de entendernos a nosotros mismos, gays o no.

Cada vez que se presenta una voz disidente frente al matrimonio entre personas del mismo sexo parece que tuviéramos que argumentar ipso facto que no es que estemos en contra de que las personas LGTBQ tengamos los mismos derechos que las heterosexuales, sino más bien pensar qué derechos reclamamos, y qué consecuencias deseadas y no deseadas acarrean la consecución de éstos… Y se me acaban las ganas de estar eternamente a la disposición pedagógica de quienes les interesa que no pensemos más allá, ni quieren ver que algunas personas dentro de los matrimonios tienen una clara desventaja frente a los sujetos hegemónicos de nuestra sociedad.

¿Qué tipo de institución es el matrimonio? ¿A quién beneficia? ¿Beneficia a todas las personas por igual? ¿Es imprescindible asociar matrimonio con familia y con parentesco, con filiación, con tratamiento privilegiado frente a quienes no pueden o no quieren ser parte de estas instituciones? ¿El matrimonio (incluso el actual que incluye a personas LGTBQ) es clasista, es racista, es sexista, es homófobo? Estas preguntas no son prescindibles, porque suponen descubrir que las personas estamos atravesadas por diferentes identidades y discriminaciones, que nos hacen no tener los mismos derechos ni las mismas necesidades, por lo que no nos beneficiamos igual de las mismas instituciones. ¿Esto es tan difícil de aceptar? ¿O es que los derechos que demandamos socialmente en realidad están liderados por una minoría privilegiada que sí se beneficia de los mismos –olvidando por otra parte la diversidad de quienes dicen representar y que pueden tener otras prioridades?

Otra cosa es que podamos hacer usos estratégicos de esta institución matrimonial, o de las parejas de hecho, el divorcio, la familia, de cualquier otra forma institucional y contrato social para poder combatir los envites del neoliberalismo y acceder a derechos que otra manera están fuera de nuestro alcance. Conseguir una nacionalidad, una protección frente a los hijos e hijas compartidos, proteger el patrimonio que bien nombra Zaloa… Pero de ahí a creernos que hay formas “decentes”, o “mejores”, de estar en el mundo que generan cierta noción de ciudadanía de segunda clase para quienes no se quieren casar, no quieren regular sus vidas frente al Estado, no quieren aceptar la monogamia, o la cohabitación o la economía compartida como principios que articulan su vida, va un trecho muy grande que creo que es muy necesario para la reflexión crítica.

A ver si nos enteramos, en este país la gente se casa cada vez menos, por lo civil y por la iglesia; se divorcia bastante –si es que su hipoteca se lo permite-; la familia es un ámbito que además de protección y solidaridad ofrece mucha violencia y abuso, por nombrar solo algunos datos. Somos un territorio plural donde tenemos problemas importantes como el desempleo, una sanidad y educación precarizadas, una falta de oportunidades y expectativas que está generando un pesimismo espeso que parece que no nos deja pensar, una corrupción generalizada, un desapego por los derechos sociales... En todas estas situaciones algunas personas tienen una vida más difícil y más señalada por su sexualidad, por su identidad de género, por su raza, por la lengua que hablan, por su aspecto, por su diversidad funcional y por un largo etcétera - que como bien señala Judith Butler aglutina las vidas de muchas personas que se vuelven invisibles a las necesidades y representaciones de la mayoría, considerada ésta como normal-. Ante estas realidades, el matrimonio entre personas del mismo sexo, o simplemente el matrimonio civil, sólo transformará pequeñas parcelas de su vida, y no siempre en la dirección que deseamos.

 

El matrimonio tiene efectos no deseados sobre las vidas de las personas

 

            El feminismo de los años 70 ya exploraba qué papel jugaban las mujeres en el matrimonio, qué violencia se producía en su seno y que a día de hoy sigue arrojando víctimas de violencia machista, como nos informan los periódicos. Los estudios sobre las personas migrantes también nos alertan de los abusos en relaciones desiguales en el seno de las parejas y los matrimonios. La violencia en parejas del mismo sexo está vinculada frecuentemente a una posición de desigualdad, que tampoco va a resolver el vínculo matrimonial. La discriminación laboral, el bullying homofóbico en las escuelas, el rechazo social, la despatologización de las personas trans, el rechazo a la masculinidad femenina o la feminidad de los hombres… Tantas cuestiones que requieren nuestra atención y que no resuelve el matrimonio. A ver si ahora, que está resuelta esta cuestión del recurso puesto por los conservadores ante el Tribunal Constitucional, ya nos podemos arremangar y ponernos a trabajar para transformar la sociedad en las cuestiones que nos afectan en lo cotidiano.

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