Zaloa Basabe
Cuando Nagore Telleria (conductora del magazine Faktoria de Euskadi Irratia) me habló de las protestas de las “barbudas francesas” yo no sabía bien a qué se refería. Me acordé de Clémentine Delait, una mujer barbuda que en el siglo XIX posaba orgullosa de sistema piloso con una barba frondosa más propia de Sierra Maestra que de la aristocracia francesa a la que pertenecía. Nada que ver. Francesas también pero con un puñado de pelo postizo bajo el mentón. Así ataviadas irrumpieron hace cuatro años en las elecciones presidenciales francesas. Entonces Segolene Royal era candidata del Partido Socialista y, como es costumbre siempre que una mujer se expone en ámbitos mayoritariamente masculinos, los comentarios sexistas se sucedieron en el Estado vecino. No era la intención de este grupo feminista defender a la candidata en sus postulados políticos, querían evidenciar mediante un acto performativo la exclusión sistemática de las mujeres en los espacios de poder. Eligieron un icono entre tantos otros: la barba, y quisieron que esta encarnara la masculinidad y representase el poder que durante siglos han ejercido hombres. Durante la Tercera República (se entiende que francesa, los españoles y españolas parecen no tener demasiada prisa) los hombres poderosos usaban grandes barbas para demostrar su influencia.
Con una gran barba blanca se representa también a dios, poderoso donde los haya, y desde Marx hasta Fidel Castro, pasando por Freud, Unamuno y Baroja entre tantos otros, la intelectualidad y el mundo de la política se encuentra poblado de ellas. Es solo un símbolo, un icono, que ha acompañado a la idea de la hegemonía masculina y que estas feministas vecinas utilizan para, como si de un espejo se tratara, quienes las vean se cuestionen por qué son más visibles de este modo, con la cara tapada.
El humor y el performance se vienen utilizando desde hace décadas por diferentes movimientos populares (antimilitarista, ecologista, etc) con diferentes resultados (es verdad que muchas veces no hemos entendido nada de lo que nos querían decir), pero hay que reconocerles el esfuerzo con el que, mediante un discurso estético rupturista, nos muestran una realidad igualmente resquebrajada, que chirría. El humor se hace hueco en esas grietas y tira fuerte de ellas para derribar lo que aún sostienen.
El humor es otro de los terrenos vetado a las mujeres (¡con lo que nosotras nos reímos!). Cuando hemos hecho uso de el, a menudo nos han tachado de frívolas porque los temas que denunciamos son de una gravedad que por lo visto no lo merece. Yo no estoy de acuerdo, se puede ser corrosiva, caústica, chirriante, mordaz y realizar al mismo tiempo una importante labor de pedagogía política (obviando que el público tiene que mostrar una cómplice predisposición a recibir el mensaje).
Público, y de grandes dimensiones, fue el que este grupo de feministas francesas se encontraron durante el último festival de Cannes, cuando con sus barbas, se aproximaron a la alfombra roja. Caía una lluvia torrencial la noche que se estrenaba Amor de Michael Haneke (reconozco que me hace mucha gracia que se manifestasen justo antes de esta película). Anteriormente ya habían mandado sendos comunicados a los periódicos Le Monde y The Guardian mostrando su queja ante la falta de mujeres directoras en las 22 películas presentes en el festival, y habían recordado el procentaje abrumadormente masculino de la academia de cine de Hollywood (casi el 80% son hombres), diciendo que no querían lo mismo para la cuna de la égalité. En este caso, las manifestantes utilizaron barbas de diferentes colores sosteniendo carteles que, emulando a los intertítulos del cine mudo decían “Maravillloso”,”Gracias”, “Espléndido”, “Increíble”, y finalmente “La Barba” (en francés esto es un juego de palabras ya que esta expresión viene a ser algo así como “es suficiente” o “estamos hasta el ...moño”, ya que de apéndices peludos se trata).
Pues eso, y todo eso, en casa de nuestras vecinas. Aquí podíamos girar la cabeza unos 360º (metafóricamente, como lo de las barbas) y ver con lo que nos encontramos. Si no, siempre podremos aplicarnos aquello de, “cuando las barbas de tu vecina veas cortar... déjate las tuyas más largas todavía”.
