Ante la amenaza de una rebelión interna tory, esta vez en el seno de su gabinete, Theresa May ha concedido que el Parlamento pueda retrasar el inicio del proceso de salida de la UE.
Ante la amenaza de una (nueva) rebelión más que en ciernes en el seno del laborismo, Jeremy Corbyn ha terminado por hacer suya la idea de forzar un segundo referéndum sobre el Brexit.
El líder laborista se niega a confirmar que acepte que esa eventual nueva consulta fuera a incluir la posibilidad de votar por la permanencia en la Unión. Y no solo por el principio democrático que reconoce el valor de lo ya votado. Corbyn teme que impulsar un segundo referéndum podría enajenarle el voto en las circunscripciones laboristas del norte que votaron Brexit a la hora de intentar su asalto a Downing Street.
Pero quizás lo que más escama al veterano político socialista es que su actual inquilina va a utilizar la amenaza de un nuevo plebiscito para presionar a los euroescépticos de la bancada conservadora a que acepten su acuerdo con la UE (Backstop irlandesa incluida) como mal menor. La misma posibilidad de prorrogar la fecha de salida más allá del 29 de marzo pone los pelos como escarpias a los Brexiters.
Está por ver si May termina sobreviviendo a semejante equilibrismo sobre el abismo. Seguro que piensa que, entre ella y Corbyn, nunca dos pueden mantenerse bailando sobre la misma cuerda floja. El líder laborista pensaba lo mismo hasta que vio truncada su táctica de forzar unas nuevas elecciones.
El poco tiempo que queda dirá si cae una u otro, si se desploman ambos o, tampoco a descartar, si uno y otra se avienen a negociar un acuerdo de mínimos para una salida ordenada de la UE.
