Dabid Lazkanoiturburu
Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea

En la última guerra de Etiopía el tigre no es de papel

Hay una tendencia, cada vez más instalada en medios de comunicación y en no pocos periodistas, que reniega de intentar entender, y por tanto de explicar, los conflictos, siempre complejos, y pone el acento, como si fueran una ONG, en cuestiones humanitarias, limitándose a informar con trazos gruesos y con guiños que venden, pero que mantienen a la opinión pública en la inopia.

La actual guerra en Etiopía con el conflicto en Tigray es un buen ejemplo de esa deriva.

El primer ministro etíope, Abiy Ahmed, ha sido señalado por todo el mundo por declarar la guerra al Frente para la Liberación del Pueblo Tigray (TPLF) un año después de que fuera galardonado con el premio Nobel de la Paz por firmar un acuerdo para poner fin a la guerra de 20 años con la vecina Eritrea. Al punto de que hasta el propio comité Nobel ha anunciado que estudia retirarle el galardón.

No seré yo quien ponga la mano en el fuego por nadie en un escenario bélico, menos en una coyuntura tan complicada y con aristas tan desconocidas para nosotros como la de Etiopía y, en general, el continente africano.

Pero va a resultar que las cosas allá no son tan distintas a las que ocurren en el resto del mundo.

La crisis del enclave de Tigray tiene que ver con la revuelta que en 2018 llevó al poder a Abiy Ahmed, quien desde entonces ha intentado socavar el dominio que la élite tigray (léase el TPFL) ostentaba sobre la totalidad del país. Un agravio si tenemos en cuenta que suponen el 6% de la población, y que, por avatares de la convulsa y sangrienta historia reciente del país africano, mantenían en el ostracismo al resto de etnias, incluida la mayoritaria de los oromo.

El primer ministro y nobel de la Paz, de esta última etnia, decidió romper la baraja. La respuesta del TPLF fue el ataque a un cuartel del Ejército etíope, lo que ha sido el detonante de la actual crisis bélica.

Una guerra cruenta, como todas,  con decenas de miles de desplazados y refugiados, y con la noticia de una primera matanza, perpetrada precisamente por el TPLF contra otras minorías étnicas en Tigray.

Seguro que no será la última, pero ya va siendo hora de que los medios dejen de practicar, en nombre de un falso buenismo humanista. una equidistancia que acaba presentado al verdugo como la víctima.

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