Dabid Lazkanoiturburu
Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea

Estambul, los minaretes y Erdogan

Quien gane Estambul gana Turquía». La frase es del todopoderoso presidente turco, Recep Tayip Erdogan, desaparecido desde que el pasado lunes, resaca de la derrota de su partido, el islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), en la capital del Bósforo, en Ankara (capital de Turquía) y en otras cuatro de las diez principales ciudades del país.

Oficialmente de vacaciones tras una agotadora campaña a las elecciones locales en la que se ha volcado al dar 105 mítines en 50 días, Erdogan sabe de lo que habla. No en vano allá por 1994, cuando era un joven y ambicioso político islamista a quien el líder del partido igualmente piadoso Refah (Bienestar), Necmettin Erbakan, le cerró el paso al Parlamento de Ankara, conquistó la alcaldía de Estambul.

Ocho años y multitud de vicisitudes (incluida la disolución militar de su formación original y su encarcelamiento) después, Erdogan vencía las elecciones generales con su nuevo AKP en 2002 y se convertía en el hombre fuerte de Turquía, cargo que tiene asegurado como mínimo hasta 2023.

Pocos daban un duro allá por los noventa de que un islamista pudiera hacerse con la alcaldía de Estambul, una megaciudad dominada hasta entonces por las élites laicas y proeuropeas. Erdogan lo logró y fue detenido y encarcelado cuando, en desafío al golpe militar blando que en 1997 ilegalizó al Refah, recitó un poema otomano que rezaba «Nuestras bayonetas son los minaretes».

Cinco años después, las 3.000 mezquitas y/o centros religiosos musulmanes de Estambul auparon al poder al AKP, partido hecho a la medida de Erdogan.

La formación ha montado en cólera después de que los escrutinios al 99,9% hayan dado a sus candidatos como perdedores en Ankara  –las malas lenguas aseguran que hace cuatro años retuvo la alcaldía de la capital turca gracias a un fraude masivo– y sobre todo en Estambul, ciudad de 15 millones de habitantes registrados (las cifras extraoficiales elevan la población a más de 20 millones) y que, además de concentrar a una quinta parte de la población del Estado, supone un tercio de su renta e impuestos. Su presupuesto municipal es comparable al de no poco estados de tamaño medio de la UE.

Estambul ha sido y es la joya de la corona de la era Erdogan, y ha vivido un proceso de transformación urbanística que ha conjugado indudables mejoras para la vida de muchos de sus ciudadanos con proyectos megafaraónicos que apuntan a la burbuja económica a punto de estallar en la que no pocos expertos sitúan a Turquía.

Por de pronto, el país vive una crisis económica con una inflación fuera de control, con la lira turca en caída libre y un paro disparado. El malestar provocado por esta crisis esta precisamente en el origen de la pérdida de apoyos electorales del AKP.

Por la crisis y por la deriva autoritaria y ensimismada de un Erdogan que se ve a sí mismo como un neosultán otomano en 2023, centenario de la fundación del moderno Estado turco por parte de Mustafah Kemal Attaturk (el padre de Turquía) entre los escombros del imperio de la Sublime Puerta.

Esta deriva, que ha incluído la alianza del AKP con la ultraderecha panturca del MHP y la criminalización de las aspiraciones kurdas, ha provocado una reacción de resistencia que ha conllevado a la concentración de un voto de oposición a Erdogan. Al punto de que muchos electores kurdos que viven en Ankara y sobre todo en Estambul no han dudado en votar a los candidatos del partido kemalista CHP, su enemigo histórico –algo impensable hace algunos años-

Eso explica que los candidatos republicanos se hayan impuesto a la nomenklatura islamista, siquiera por la mínima (25.000 votos de diferencia en Estambul).

El AKP ha impugnado los resultados también en Ankara y exige el recuento de 300.000 votos nulos solo en la capital del Bósforo. Las denuncias desde la prensa gubernamental de un «golpe de Estado electoral» que vuelven a atribuir, cómo no, al clérigo Fetullah Gulen, y la tensión creciente desmienten a los que apuntaban a que los recursos del AKP respnderían a un intento del partido de aquilatar la derrota para ir preparando a la resignación a los suyos.

Lo que está claro es que mantener solo las alcaldías de las ciudades de Bursa y de Gaziantep no parece la mejor atalaya para apuntalar el poder del neosultán.

Al punto de que no pocos analistas señalan que las elecciones municipales del domingo supusieron el fin de una época, que comenzó precisamente con la arrolladora victoria islamista en Estambul hace hoy 25 años.

Por contra, y pese a reconocer que a Erdogan le pueden comenzar a crecer los enanos (hay quien apunta a que dirigentes del AKP defenestrados como Ahmed Davutoglu y Ali Babakan preparan un partido rival de centro-derecha). otros analistas ponen en duda de que estemos ante el ocaso de un partido que, con diferencia, ha sido el más votado y ante el que si bien es cierto que el CHP ha traspasado sus habituales fronteras que le confinaban en la Tracia y en la costa del Mar Egeo logrando alcaldías en la Anatolia central, lo ha hecho más por votos prestados que por impulso propio.

La historia no está escrita. Y menos para un superviviente como Erdogan. Quien, no se olvide, y a la luz de su último revés electoral, se aseguró mantenerse en el poder al adelantar al año pasado las presidenciales, previstas inicialmente para noviembre de 2019.

Erdogan tiene tiempo para dar la vuelta a la situación. Pero lo que no está claro es que su propia deriva le deje margen para hacerlo.

 

 

 

 

 

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