Aún es pronto para calibrar el verdadero alcance de la «operación miliitar especial» lanzada por Putin en Ucrania pero, más allá del estado de shock con el que ha amanecido Europa, se pueden anticipar una serie de conclusiones.
La primera tiene que ver precisamente con esa sorpresa. Al final va a resultar que la Rusia de Putin es previsible y que termina haciendo honor a los peores pronósticos anticipados por sus rivales.
Mucho se han reído muchos de las reiteradas advertencias de los servicios secretos estadounidenses y británicos, aireadas con altavoz por Biden y Johnson. Pues va a resultar, en espera del desarrollo de los acontecimientos, que no iban tan desencaminadas.
Huelga insistir en que la incredulidad y la prevención ante las verdades oficiales es un elemento básico para transitar por los complejos arcanos del análisis de la realidad de la política, también de la internacional.
El problema surge cuando esa incredulidad se convierte en credulidad de parte.
Creer a Putin cuando sostenía que no albergaba intención militar alguna cuando congregaba tropas en la frontera con Ucrania, cuando multiplicaba maniobras en Bielorrusia, en el Mar Negro, mientras lanzaba exigencias a EEUU y a la OTAN para un repliegue en el este europeo, era ingenuo, cuando no temerario.
Llegados a lo concreto, y tratando de desentrañar la madeja de la guerra de propaganda que acompaña a todo escenario bélico, y en la que Rusia es un alumno como poco aventajado de Occidente, ahí van unas pinceladas.
El Ejército ruso va a golpear la infraestructura militar ucraniana, de hecho lo está haciendo, para dejar al Ejército ucranio exhausto y sin capacidad de plantear resistencia en el Donbass pro-ruso.
El reconocimiento de la «independencia» –en realidad anexión– de Donetsk y Lugansk, que certificó la muerte de los Acuerdos de Minsk, está asimismo superado por los acontecimientos.
Ya no es que el Kremlin no se conforme con el 30% rebelde de esas dos provincias y exija la restitución de la totalidad de ambas al abrazo del viejo oso ruso.
El sueño restaurador pan-ruso de Putin va más allá y su aspiración histórica es recuperar lo que en tiempos de los zares se conocía como Novorrossiya (Nueva Rusia), lo que traza un arco que va desde el este de Ucrania llega hasta Jarkov por el norte y Odessa al sur; en definitiva, alrededor de un tercio del territorio internacionalmente reconocido a Ucrania, incluido el estratégicamente vital puerto de Mariupol, en el Mar de Azov,
Y ahí entran las incógnitas. ¿Está dispuesto el Kremlin a llegar hasta ahí? ¿Podría utilizar su escalada militar para forzar un cambio de régimen en Kiev y conjurar así la recurrente tendencia pro-occidental de la Ucrania central y del oeste?
Muchas preguntas, pocas respuestas y un drama. Este a prueba de incredulidades.
