Dabid Lazkanoiturburu
Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea

Pavel: la arriesgada pero imprescindible ingenuidad del buen periodista

Hablé por teléfono con Pablo González el sábado 26, un día antes de que fuera detenido e incomunicado durante 96 horas, una tras otra, por la policía polaca.

Había vuelto a Polonia e intentaba cruzar la frontera en sentido contrario al de las cientos de miles de personas que huyen de la agresión militar rusa a Ucrania.

Pablo había estado hasta poco antes en Ucrania, de la que salió  días antes del inicio de la invasión, convencido, como casi todos, de que lo de Putin era un farol, peligroso pero farol.

Ya entonces tuvo problemas con el servicio de «inteligencia» ucraniano (SBU), que le retuvo y le amenazó con la expulsión.

Hablé entonces también con él y narró que los interrogadores le acusaron de trabajar para el diario GARA, «alineado y financiado por el Kremlin», y de tener una tarjeta de crédito de Caja Laboral, a la que también relacionaban «con Moscú».

Sonaba a chiste pero no hacía ninguna gracia. Convinimos en mantener un perfil bajo para ver si las aguas volvían a su cauce. No es la primera vez que un freelance afronta amenazas de ese tipo en escenarios de guerra.

Lo que no pensaba Pablo es que, como Putin, el SBU tampoco iba de farol. La «visita» del CNI a su familia en Bizkaia y su detención en Polonia atestiguan que la cosa iba en serio.

Pablo está en la cárcel por informar sobre el terreno de la guerra. No solo como colaborador de nuestro grupo de comunicación. Como deben hacer tantos periodistas que trabajan por libre para sobrevivir, ha trabajado o trabaja para Público, la agencia Efe, la Sexta…

La colega de una radio de nuestro país entrevistó a su compañera Oihanay le espetó una pregunta: «¿Pablo es un espía?». La madre de sus hijos, con una voz que delataba su incredulidad ante la cuestión, respondió con un simple pero rotundo «no».

Quiero creer que esa irrespetuosa y estúpida pregunta tiene que ver con ese amarillismo, esa búsqueda del click, de la frase contundente pero vacía, que asola nuestra profesión.  

Una profesión que algunas veces me avergüenzo de ejercer.

Menos mal que quedan periodistas como Pablo.

El drama es que está en la cárcel. Por informar y por una concatenación de hechos a los que le llevó su doble «ingenuidad». Al querer creer que Putin no iba a hundir, en sus propias palabras, «a los ucranianos y a los rusos en semejante drama». Y al intentar volver al escenario queriendo creer que el servicio secreto ucraniano no iba a cobrarse su rusofobia forzando el encarcelamiento de un periodista.

¿Pablo espía? Maldita la gracia.

Ánimo, Pavel.

Buscar