Eli Txapartegi (Fotos: M. SAWASAWA/AFP)
KIVU_esperando
El lago Kivu ofrece habitualmente una impresionante imagen de canoas de madera repletas de mercancías y personas.
Moses SAWASAWA (AFP)

Lago Kivu, un reto sobrecargado que a menudo naufraga

Un trasiego bullicioso de barcos de madera sobrecargados de personas y mercancías. Esa es la imagen que ofrece a diario el lago KIva, en la parte africana del Gran Valle del Rift. La amenaza de las tormentas, las olas y las erupciones también embarcan en una travesía que a menudo no llega a destino.

Como otros muchos lagos y ríos de las costas africanas, el lago Kivu ofrece habitualmente una impresionante imagen de canoas de madera repletas de mercancías y personas que desafían a las tormentas, a los eshora –fuertes vientos que derivan en tornados– y a las olas que golpean con fuerza los cascos de las barcas sobrecargadas. A veces llegan a su destino, pero otras veces, muchas, los naufragios truncan la travesía.

Esa imagen de bulliciosas multitudes matinales se repite continuamente en la costa de Goma, en la República Democrática del Congo, concretamente en las orillas del norte y sur del lago Kivu. Acomodados entre sacos de mandioca y racimos de banano apilados en las embarcaciones de madera, los pasajeros piden al cielo llegar a buen puerto y evitar uno de los frecuentes naufragios. Saben que el viaje no es seguro, pero no tienen alternativa.

Naufragios habituales

«Todo salió bien», se alegra uno de ellos, Jeannine Mutanji, cuando llega al puerto Kituku de Goma. Se embarcó en la  isla de Buzi-Bulenga. Conoce perfectamente el peligro; sabe miy bien el riesgo que corre. «El domingo –recuerda– nos volcamos, y murieron dos».

En su pequeña oficina en Bukavu, ubicado cerca de la orilla a donde llegan las barcas, el «comisario» Dido Balume recuerda que existen unas medidas de seguridad y unas normas que no se respetan, por ejemplo, «la prohibición de las embarcaciones de madera de navegar de noche porque carecen de luces y señales» y la obligación de llevar chalecos salvavidas.

Pero nadie lleva chalecos naranjas. Es muy caro. «Un chaleco cuesta 25 dólares, yo encargué 20», dice Mapendano Fandiri, de 38 años, un balsero de Idjwi. «Pero no se puede añadir el precio de los chalecos al precio del transporte, porque la gente no quiere pagar más». Y dice que tampoco pueden cumplir las normas horarias porque «navegamos a partir de las 22:00 horas para poder entregar la carga a las 06:00 y abastecer a tiempo a los mercados de las capitales provinciales con frutas, vegetales, pollo y pavo, carbón de madera y materiales diversos.

Las travesías cuestan entre 3.000 y 6.000 francos congoleños por persona, según el trayecto, y cada mercancía se cobra en función del peso y del tamaño, entre 1.000 y 3.000 francos. «Es más barato que en barco, pero, de todas formas, no hay barco, así que no tenemos opción», explica Jean Hazihishe, de 44 años, quien llegó a Goma desde Kalehe, donde un naufragio provocó un centenar de muertos en abril de 2019.

De todos modos, el lago Kivu, con sus 2.700 kilómetros cuadrados de extensión y 500 metros de profundidad, es considerado uno de los más peligrosos del planeta, pero no, precisamente, por estas travesías sin control sino también porque en su interior han hallado más de 60 millones de metros cúbicos de metano y 300 de dióxido de carbono cuya liberación provocaría una catástrofe de incalculables dimensiones. Es uno de los tres lagos explosivos conocidos, junto con el lago Nyos y el lago Monoun, en Camerún, que experimentan violentas erupciones.

Las erupciones volcánicas –como las recientes del Nyiragongo–, los corrimientos de tierra y los terremotos podrían provocarlo en cualquier momento. La incertidumbre siempre se cuela entre los pasajeros y las mercancías.