
Indonesia: mares amargos para los pescadores nómadas Bajau
Capaces de bucear en apnea hasta 15 metros de profundidad gracias a una mutación genética, los pescadores nómadas indonesios de la tribu Bajau, víctimas de la sobrepesca y del cambio climático, están abandonando las aguas turquesas para ganarse la vida en tierra.
Los Bajau ahora buscan mejores ingresos y estabilidad frente a la disminución de recursos marinos. «Cambiamos de trabajo. Somos pescadores que trabajamos en una granja», confiesa Sofyan Sabi, un miembro de esta comunidad que lleva navegando siglos frente a Celebes. «La agricultura me da mejores ingresos porque puedo plantar muchos cultivos», añade este hombre de 39 años dedicado al cultivo de maíz y plátanos.
Los Bajau viven una vida nómada siguiendo las olas, en sus barcos con techo de paja, entre Indonesia, Malasia y Filipinas. Desde pequeños aprenden a bucear entre diez y quince metros de profundidad para pescar y negociar después su venta.
Los científicos atribuyen su capacidad para bucear tanto y tan profundamente a una probable mutación genética que aumentó el tamaño de su bazo, lo que permite que su sangre almacene más oxígeno.
Pero para los cientos de bajau de la pequeña isla y pueblo palafito de Pulau Papan, la forma de vida única de sus antepasados prácticamente ha desaparecido. «A veces, no ganamos nada haciéndonos a la mar», se lamenta Sofyan.

La sobrepesca comercial y el aumento de las temperaturas han hecho que las capturas marinas sean cada vez más impredecibles, señala Wengki Ariando, investigador de la Universidad Chulalongkorn de Bangkok (Tailandia), para quien los Bajau «se enfrentan a una disminución de los recursos marinos».
A medida que aumentan las temperaturas, cambian los hábitos de migración y apareamiento de los peces, los corales se blanquean y la cadena alimentaria cambia. Como resultado, las poblaciones de peces en aguas indonesias han disminuido en 500.000 toneladas en cinco años, de 12,5 millones de toneladas en 2017 a 12 millones en 2022, según el Ministerio de Pesca.
«Las poblaciones de peces están disminuyendo porque hay demasiada gente que los pesca», se queja Arfin, un pescador de 52 años que, como muchos indonesios, sólo tiene un nombre.
Cambiar el medio de vida
Los Bajau comenzaron a establecerse en la pintoresca isla de Pulau Papan hace tres generaciones, dice Davlin Ambotang, uno de sus habitantes. «Consideraron que esta isla era adecuada para construir casas, por lo que se establecieron allí. Ya no son nómadas», afirma.
Pero la vida en tierra tiene sus propios desafíos. Su hermano regenta una pequeña posada, pero el establecimiento recibe pocos visitantes que se dirigen sistemáticamente a las estructuras gestionadas por las autoridades. «No hay ingresos adicionales. El Gobierno controla todo», suspira Sofyan, quien asegura que hay «muchos conflictos entre las autoridades y los lugareños».
Hasta entonces apátridas, los Bajau se establecieron progresivamente en pueblos similares, con la esperanza de obtener el reconocimiento de las autoridades. «Los Bajau han cambiado sus medios de vida porque, para ser aceptados como pueblo en Indonesia, tienen que ser sedentarios», añade Ariando. La campaña para registrarlos oficialmente comenzó en los años 1990, durante la dictadura de Suharto.

«Pérdida de identidad»
En el pueblo, los barcos están amarrados en embarcaderos de madera, que desembocan en un paseo principal construido sobre pilotes. Mientras las mujeres juegan a voleibol, los hombres se sientan fumando sus cigarrillos, no lejos de una mezquita con cúpula plateada. «Tenemos la impresión de que la generación más joven está perdiendo su identidad», subraya Ariando, para quien los Bajau se parecen ahora «más a una comunidad terrestre».
Con acceso a Internet, crearon grupos de redes sociales con miles de seguidores, ayudándose mutuamente a resolver sus problemas. Porque, lamenta Tirsa Adodoa, esposa de un pescador, «no hay desarrollo, nada».
Seguramente, los residentes han recibido dos o tres sacos de arroz cada mes del distrito, pero «no es suficiente si nos limitamos a pescar pulpo. Si el precio del pulpo baja como está ahora, ni siquiera nos alcanzará para comer y comprar dos o tres cosas», lamenta esta veinteañera.
Otros esperan que los nómadas mantengan sus hábitos marineros, temiendo que las generaciones futuras se distancien permanentemente de sus antepasados que vivían en el mar. «Una vez que se sientan cómodos (en tierra), no les resultará fácil volver al mar», teme Muslimin, un pescador de 49 años, que también tiene un solo nombre.