NAIZ (Fotos: Rodrigo BUENDIA /AFP)

Rastreando tiburones y tortugas, para preservar la vida marina de Galápagos

Las Galápagos son un laboratorio a cielo abierto, el mismo que aprovechó Darwin para su Teoría de la evolución. Varias organizaciones científicas rastrean tiburones y tortugas a través de programas de monitoreo con el fin de generar datos que permitan su protección. Hemos salido al mar con ellos.

Los biólogos sujetan un tiburón. (Rodrigo BUENDIA / AFP)
Los biólogos sujetan un tiburón. (Rodrigo BUENDIA / AFP)

Las Galápagos, que llevan el nombre de las tortugas gigantes que las habitan, albergan más de 2.900 especies marinas, de las cuales un 25% son endémicas. Situadas en el Océano Pacífico, a unos mil kilómetros al oeste de las costas continentales de Ecuador, su rica biodiversidad terrestre y marina se debe, especialmente, a sus aguas, ricas en nutrientes gracias a la confluencia de cuatro corrientes frías y calientes. Por ello, miembros del Parque Nacional Galápagos (PNG), junto a organizaciones científicas como la Fundación Charles Darwin (FCD), realizan en el archipiélago ecuatoriano un trabajo de seguimiento y marcado de especies cuyo objetivo es, además de recopilar datos y realizar análisis científicos, dotar a los animales de un código internacional único. En algunos casos emplean incluso balizas de rastreo satelital.

El PNG ha realizado más de 300 salidas al mar con el fin de identificar las zonas de nacimiento de los tiburones o marcar a los adultos. Cada salida es una experiencia única. Una de ellas comienza con una aleta que asoma tímidamente en el infinito azul turquesa. Cuando se acerca a la lancha, el tiburón es atrapado, pero será una captura breve,  porque enseguida volverá al agua; eso sí, lo hará con un chip que le permitirá a la ciencia rastrear a una de las especies emblemáticas de las islas Galápagos.

«¿Lo ven? ¡Allá!», exclama Alberto Proaño, mientras señala con el dedo un tiburón atraido por un cebo arrojado premeditadamente desde la embarcación. Este biólogo de 34 años lanza su sedal. El anzuelo está limado para no herirlo. No hay suerte esta vez. Un pelícano arrebata la carnada. El tiburón se ha ido.

Tras los tiburones

Bajo el implacable sol que cae sobre estas islas volcánicas del Pacífico, se reanuda la espera. Transcurre una hora. Otro tiburón se acerca y muerde, pero finalmente consigue huir. El motor se pone en marcha y la lancha se dirige a otra zona.

Bajo la superficie se percibe una sombra. Alberto vuelve a lanzar su sedal. «¡Ya lo tengo!», grita después de varios intentos. Deja que el animal se acerque y se aleje. El objetivo es que se canse. Después, siempre con las manos protegidas por guantes, tira con todas sus fuerzas y lo acerca a la embarcación.

El animal lucha. La lancha se balancea. El capitán y su ayudante intentan hacer contrapeso en estribor para que la embarcación no vuelque. Otros dos guardias del Parque Nacional Galápagos (PNG) acuden al rescate y, finalmente, el tiburón es amarrado con cuerdas y sacado del mar. En entonces cuando se inicia el proceso de marcado, pero, eso sí, «hay que ser muy rápido, porque un tiburón no puede estar más de unos minutos fuera del agua». Son palabras de Alberto.

Agachado sobre la borda, indica las medidas: una hembra de 2,30 metros de largo, unos 150 kilogramos, aproximadamente 15 años. Carcharhinus galapagensis, un hermoso ejemplar de tiburón de Galápagos, una de las 36 especies que habitan el archipiélago.
Con un rápido movimiento de bisturí, el biólogo toma una muestra de piel, fija una varilla de plástico amarilla numerada e inserta un chip electrónico bajo la gruesa dermis. Luego, muy suavemente, el escualo es liberado al mar. En unos segundos, la aleta se aleja y desaparece. «Este estudio nos permite saber qué parte del año y cuánto tiempo se quedan en ciertas zonas», agrega Alberto, satisfecho y orgulloso de haber podido marcar un segundo ejemplar en la misma jornada.

Otro objetivo: las tortugas marinas

Otra misión programada para la misma semana provocará menos adrenalina, pero, aun así, resulta desafiante. Al amanecer, Alberto y Jennifer Suárez, de 33 años, también bióloga y guardaparque, emprenden con su equipo otra salida.

Esta vez la búsqueda se centra en las tortugas marinas. La misión arranca en un bote de remos, desde donde se divisan decenas de ellas retozando en las olas. Pero las rompientes impiden el acercamiento. Por eso, el ancla se lanzará más adelante, en una cala accesible a la isla Floreana. Y, después, les esperan dos horas de caminata complicada entre rocas de placas de lava negra, donde las iguanas marinas se acomodan al sol.

No obstante, el esfuerzo vale la pena, porque, al final del tortuoso camino, en la playa les espera la recompensa: varias tortugas lánguidas. «No las dejen escapar», aconseja Jennifer. A cada miembro del equipo se le asigna una y, tras la acordada señal, comienzan a correr por la arena blanca. Las tortugas se arrastran frenéticamente, decididas a alcanzar cuanto antes el agua transparente. Pero, con mucho cuidado, son inmovilizadas entre sus rodillas por los biólogos, que sujetan firmemente su caparazón mientras con las manos cubren sus ojos para tranquilizarlas y calmarlas. Los biólogos proceden entonces a tomar las muestras y marcarlas. Y, posteriormente, las liberan. Y a esperar…

En total, desde 2002 han sido identificadas más de 18.000 tortugas. Algunas fueron detectadas en Costa Rica, Perú y México. «Tenemos varios programas de seguimiento de especies emblemáticas para conocer su población, qué es lo que las amenaza, qué les afecta», agrega Jennifer. Porque el objetivo, argumenta, es «generar datos que permitan su protección», al igual que con los tiburones, pero también con los leones marinos, los corales, las iguanas… todas las especies que hacen de Galápagos un sitio excepcional, declarado en 1978 Patrimonio natural de la humanidad y también conocido como ‘Las islas encantadas’.

Una tortuga que se creía extinguida

Recientemente, además, el PNG anunció el hallazgo de una tortuga que se creía extinguida hace más de cien años y que podría tener parientes en la Isla Fernandina, la más occidental del archipiélago ecuatoriano.

El director del PNG, Danny Rueda, declaró que el hallazgo ofrece a la comunidad científica internacional la gran posibilidad de restaurar la colonia de tortugas de Galápagos. «Estamos planificando a la Isla Fernandina, donde se han encontrado muestras de excrementos de tortugas, lo que abriga la esperanza de la existencia de otros de la especie hallada». El objetivo, en ese caso, sería someterlas a estudios para confirmar la especie y, en caso de ser compatible, pensar en un programa para repoblar Fernandina con su variedad de tortugas.

Hace dos años, investigadores del PNG encontraron una tortuga gigante hembra adulta en la isla Fernandina. La Universidad estadounidense de Yale realizó estudios genéticos y la respectiva comparación del ADN con otro espécimen extraído de esa misma isla en 1906, por lo que se determinó que pertenecía a la especie Chelonoidis phantasticus, considerada extinta hace más de un siglo.