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Dublin: tras las huellas de James Joyce

Ochenta años después de su fallecimiento, James Joyce es considerado uno de los autores más influyentes del siglo XX. Su incuestionable talento literario, gracias a obras como ‘Ulises’, choca frontalmente con la controversia que genera su persona en muchos irlandeses.

Joyce-ren estatua, Dublinen.

Seguir la estela de James Joyce por las calles de Dublín se traduce en un paseo que arranca en el emblemático Davy Byrne’s, que está ubicado en el 21 de Duke Street. En este local, Leopold Bloom –uno de los personajes que habita en su novela ‘Ulises’– decidió hacer un alto para pedir un sandwich de queso gorgonzola acompañado por un vino de Borgoña.

En realidad queda muy poco del encanto original del local que un día pisó Joyce, ya que su remodelación se inició en 1941, a la muerte del escritor, y un breve vistazo a su decoración –que incluye un techo pintado con característicos diseños florales, barra de mármol, candiles con forma de tulipán y láminas de pinturas clásicas enmarcadas– provocan en el visitante cierta sensación de artificio. Un retrato de Joyce nos recuerda que este lugar fue visitado por uno de los escritores más importantes del siglo XX y que, siguiendo su estela, otros autores como Brendan Behan, Patrick Kavanagh y Liam O’Flaherty compartieron rondas con poetas como Pádraic O’Conaire.

Tal y como obliga la tradición, el Davy Byrne’s se ha convertido en un punto de obligada visita para quienes celebran el Bloomsday. Cada 16 de junio –coincidiendo con el día en que Joyce conoció a Nora Barnacle y el día en que se desarrolla la trama de ‘Ulises’–, este local sirve entre su clientela el sandwich de queso de gorgonzola y el vaso de Borgoña que degustó Bloom.

Nuestra siguiente etapa no requiere de un esfuerzo físico excesivo, ya que se encuentra justo enfrente del Davy Byrner’s. El gran retrato que engalana su entrada –dedicado al duque de Grafton– nos indica indudablemente que cruzamos el umbral del legendario The Duke. Al contrario del pub inmortalizado por Joyce, en este topamos con una atmósfera que nos permite rememorar aproximadamente aquellos días pasados en los que primaba el olor a madera.

Unas escaleras nos guían hacia el segundo piso y en sus paredes topamos con algunas frases célebres legadas por Yeats, Flann O’Brien, Samuel Beckett o el incombustible Kavanagh.

El visitante también tiene la posibilidad de leer algunas cartas firmadas por el propio Joyce en las que el autor de “Dublineses” muestra sus disculpas a T. S. Elliot por no haberle visitado a pesar de las promesas realizadas.

El novelista Samuel Beckett –autor de obras teatrales como ‘Esperando a Godot’ y novelas como ‘El innombrable’ y ‘Molloy’– y William Butler Yeats, uno de los poetas y dramaturgos más renombrados de Irlanda, figuraron entre la clientela más selecta de este pub junto al que se encuentra la prestigiosa librería Cathach, lugar de obligada visita para todas aquellas personas que quieran descubrir la literatura irlandesa y en cuyas estanterías no puede faltar la obra de Joyce, quien continúa inspirando recelo en muchos de sus compatriotas debido al poco apego que el escritor sentía hacia el sentimiento nacionalista irlandés. Ejemplo de ello fue su respuesta en una entrevista en la que afirmó: «Me hablas de lengua, patria y religión. Esas son las redes de las que he de procurar escapar».

Joyce nunca quiso adquirir la nacionalidad irlandesa cuando se creó el Estado Libre Irlandés en 1922, tras la independencia de Gran Bretaña. De hecho, rechazó en dos ocasiones la oportunidad de obtener el pasaporte «verde», según han confirmado sus biógrafos.

Dublín, amor y odio

Lo cierto es que Joyce, nacido en febrero de 1882, mantuvo una relación compleja con su país, que abandonó en 1904 para instalarse en Trieste (Italia), en París y, finalmente, en Zúrich. A Irlanda volvió por última vez en 1912.

A partes iguales, odió y amó Dublín, ciudad con la que mantuvo un compromiso espiritual y artístico hasta el final de su vida, hasta el punto de que, cuando vivió en París, su pasatiempo favorito era buscar turistas dublineses para que le recordaran los nombres de tiendas y pubs de sus calles favoritas.

Publicada por la editorial vasca Astiberri, la novela gráfica ‘Dublinés’ de Alfonso Zapico logró en 2012 el Premio Nacional del Cómic. En esta obra, el dibujante y guionista asturiano recogió a través de sus viñetas los diferentes pasajes vitales y creativos de James Joyce.

Zapico, en declaraciones a GARA, recordó que su interés hacia el que es considerado uno de los más destacados e influyentes autores de la literatura del siglo XX se debió a que «tiene muchas cosas interesantes. Es alguien muy especial, muy pintoresco. Fue un revolucionario de la literatura y supo dar mucho sentido a las cosas porque, a comienzos del siglo XX, apostó por dar una vuelta a todo aquello del romanticismo literario. Joyce se plantó y dijo que ya bastaba de personajes heroicos que eran falsos, que no existían. Había que otorgarle protagonismo al hombre y a la mujer común. Había que otorgar protagonismo a esas historias cotidianas y arraigadas en la realidad de la época que por ser cotidianas no resultaban heroicas. Además, Joyce tuvo una visión muy irlandesa de las cosas porque, a pesar de todas las calamidades que padeció durante su vida, siempre mantuvo un optimismo irreductible. Su sentido de la vida, su alegría, su querer exprimir al máximo todas y cada una de sus etapas vitales... creo que son muy apropiados y acordes con estos tiempos que nos está tocando vivir».

Ulises nunca regresó a Ítaca

La primera obra de Joyce, ‘Música de cámara’, se publicó en 1907 y recopilaba una serie de poemas. Siete años después salió a la luz una de las obras más conocidas de Joyce, la ya mencionada ‘Dublineses’, un compendio de 15 relatos cortos dedicados a los habitantes de la capital irlandesa y entre los cuales figura el magistral relato ‘Los muertos’.

No será hasta 1922 cuando se publique su gran obra maestra, ‘Ulises’, una revisión irónica del clásico de Homero.

En relación a esta obra literaria tan compleja, Zapico nos recordó que «en ese ‘Ulises’, que es el propio Joyce, lo que más me llama la atención es que no se trata de un personaje plano, típico, no es el protagonista habitual de una novela». Y puntualiza: «Cuando yo dibujaba a este Joyce, que en realidad era Ulises, topé con páginas en las que sentía una gran y verdadera empatía con él. Había momentos en los que me contagiaba de su alegría, admiraba su talento, y en otros episodios, mucho más crudos, topaba con un personaje muy negativo, oscuro e ingrato y lo que me transmitía era indignación, enfado. Cuando terminé el libro, me di cuenta de que me había enganchado al personaje y descubrí que, en el fondo, este Ulises-Joyce contiene lo bueno y lo malo del ser humano. No es un personaje plano, tiene muchas tonalidades grisáceas y eso es, precisamente, lo que más me gusta de él. Lo bueno y lo mejor del ser humano comparten espacio con las peores caras y los ángulos más oscuros; y eso, en definitiva, es la vida real».

Su última novela, ‘Finnegans Wake’, vio la luz en 1939, antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial. Un texto controvertido en el que llevó hasta el extremo su «estilo propio», ya que el lenguaje derivaba en un idioma inventado. En el transcurso del conflicto bélico, James Joyce se trasladó a Zúrich junto a su familia. Allí falleció, hace ahora ocho décadas, a los 58 años de edad.