06 JUL. 2025 LITERATURA Grupo salvaje Kepa Arbizu La propia naturaleza simbólica contenida en el concepto de “frontera”, abierto a infinitas interpretaciones y planos, facilita su recurrente utilización en el ámbito creativo. Dicho término ha sido esgrimido con asiduidad, por ejemplo, por el escritor norteamericano Cormac McCarthy y significa el punto de arranque para una de sus obras más emblemáticas, convertida en un macabro y apocalíptico western que inicia su arrasador trote en pleno siglo XIX desde ese mítico enclave que separa México de Estados Unidos. Punto geográfico convertido en génesis de un truculento recorrido con destino al infierno humano. Si la condición verídica del relato acogido en estas páginas, en lo que se refiere a la existencia real de esta banda de matarifes contratada para aniquilar indígenas, amplía su carácter desolador, impidiendo ser considerado exclusivamente fruto de una pesadilla inventiva, al mismo tiempo confirma su relevancia como escalofriante radiografía existencial. Amparado por el anónimo protagonista y el diabólico magnetismo del juez Holden, uno de esos perfiles deslumbrantes por la ambigüedad que genera la convivencia entre su conducta amoral y unas exquisitas maneras, el extenso plantel de personajes y un torrente ingobernable de diálogos se confabulan para otorgar a la historia su propia estructura dentro del caos. Regado de un continuo desfile de explícita violencia, el juego de dualidades que encarna todo el libro también compete a una prosa de sanguinolenta lírica, digna de representar el frenético lenguaje audiovisual de Sam Peckinpah como de filtrar la excelencia narrativa de Faulkner o Melville. Ingredientes en los que destaca un minucioso afán por la descripción ambiental, logrando que ese entorno cambiante que acompaña a estos “héroes” de la destrucción consiga empapar los sentidos del lector, transformándole así en un habitante más de esta desquiciada pero imponente epopeya donde la única virtud de sus transeúntes reside en alimentar a las tumbas. Paradójicamente, aunque “Meridiano de sangre” avance dejando a su paso todo ese suelo estéril que es capaz de engendrar la devastadora y salvaje condición humana, su descomunal idioma artístico permite hacer florecer sobre ese árido terreno una obra mayúscula de la literatura. Sin ningún ánimo complaciente, el escritor estadounidense nos señala el camino a las puertas del horror, quizás el único paisaje posible mientras aquellos que claman en favor de la civilización y contra la barbarie se expresen con lengua de fuego. Este macabro y apocalíptico western inicia su arrasador trote en pleno siglo XIX desde ese mítico enclave que separa México de Estados Unidos