7K - zazpika astekaria
LITERATURA

El horror nuclear


Si cualquier conflicto bélico cuenta con su propio saldo injustificable de víctimas, aquel fogonazo mortuorio que significó el lanzamiento de la bomba atómica el 6 de agosto de 1945 sobre Hiroshima, y que encontraría su tétrica secuela tres días más tarde en Nagasaki, tuvo como objetivo a la población civil en su conjunto. Una onda expansiva que inmediatamente determinó el futuro de toda una generación, incluidos aquellos escritores protagonistas directos de una hecatombe a la que iba a quedar ligado inevitablemente su destino artístico.

Uno de sus máximos representantes es el autor de esta obra que reúne tres narraciones vinculadas a dichos acontecimientos y que, aunque la fecha de su creación no concuerde con la lógica temporal en que están dispuestas en esta publicación, su natural desarrollo cronológico intensifica el concepto holístico en torno a la verdadera repercusión alcanzada por ese breve instante de destrucción.

A pesar del lenguaje sobrio y carente de artificios simbólicos escogido para dar forma al contenido global del volumen, su primer relato, localizado en una época pretérita a la agresión, esconde un sutil pero perceptible acento lírico posibilitado por la escenificación de un regreso al hogar natal donde las habituales incertidumbres intimistas conviven con un amenazante ambiente prebélico. Efectos poéticos enterrados por el afán realista de sus dos continuadores, que avanzan desgarrados entre los efectos producidos por la devastación, guiándonos a través de los escombros y cadáveres o por medio de un sobrecogedor catálogo de personajes que afrontan, cada uno a su manera, el día después de ese descomunal rito funerario.

Si toda experiencia vivida configura la personalidad de cada individuo, ser testigo directo de uno de los episodios más trágicos de la historia significa crecer con una huella indeleble. Un rastro sanguinolento acumulado para siempre en la memoria y que en el caso de Tamiki Hara desembocó al poco tiempo, y tras escuchar de nuevo el redoble de tambores de guerra, en la decisión de arrojarse a las vías del tren, incapaz de soportar otra vez la imagen del terror devorando a su pueblo.

Robert Oppenheimer, inspirador intelectual de la bomba atómica, viviría atormentado el resto de sus días asumiendo que se había convertido en un destructor de mundos. Un remordimiento que en estas páginas toma forma, materializando las consecuencias de una pérfida creación que llegó a transformar las bellas flores de verano en un eterno crespón negro.