28 SET. 2025 PSICOLOGÍA Lo siento (Getty) Igor Fernández {{^data.noClicksRemaining}} Para leer este artículo regístrate gratis o suscríbete ¿Ya estás registrado o suscrito? Iniciar sesión REGÍSTRARME PARA LEER {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Se te han agotado los clicks Suscríbete {{/data.noClicksRemaining}} Cometemos errores todo el tiempo. En un mundo en el que las personas somos tan distintas, es imposible no pisar a alguien al pasar, no obviar una necesidad e incluso excedernos en nuestros intentos por conseguir algo de alguien. En cualquiera de esos casos, vamos a vivir la incomodidad de ser perjudicados o perjudicar, a sabiendas o no. Vivimos la realidad desde perspectivas distintas, razón por la cual necesitamos un procedimiento, una manera de, aún así, mantenernos unidos, cohesionados. Una de esas fórmulas es el perdón o, más concretamente, la petición de perdón, las disculpas. Cuando chocamos, al igual que cuando nos quemamos o damos un golpe, la primera reaccion es retirarnos, alejarnos de lo que percibimos como dañino o molesto, y el choque de opiniones o visiones lo es. Hay una tentación grande en esos momentos de prescindir de la relación por evitar ese momento, o ese choque, en particular cuando pensamos -o más bien tememos- que ese choque es irreparable, que no vamos a conseguir que el otro se acerque a mirar el mundo como nosotros, y viceversa. Sin embargo, al igual que con una quemadura no renunciamos a cocinar para siempre, con las situaciones tensas no podemos prescindir de todo lo demás que una relación nos dé. Si queremos recuperar el contacto, volver a probar, necesitamos abrir el corazón a la posibilidad de probar de nuevo, y aprender algo. Es entonces cuando pedir disculpas puede ser fabulosamente efectivo. Por supuesto, todo depende del grado del conflicto y sus consecuencias, además de otras circunstancias. Sea como fuere, lo que hace de una disculpa algo efectivo es el reconocimiento del dolor del otro, de su daño. Reconocer no las causas, las razones o los motivos tras lo que pasó -lo cual a veces es importante-, sino la emoción que el otro ha sentido por nuestros actos, fuera o no nuestra intención. Solo ese reconocimiento tiene un gran poder de sanación, de restauración. Por supuesto, la honestidad al hacerlo lo cambia todo, así como poder responsabilizarnos de que un acto propio ha dañado a otro, de nuevo, fuera o no nuestra intención. Es algo así como sentir haber generado dolor, al tiempo que no echamos balones fuera. Esto se apoya, por supuesto, en la empatía con lo que el otro ha podido sentir o vivir, así como en la expresión de remordimiento, si lo hay. Las personas hacemos lo que podemos. Incluso cuando no hicimos todo lo que podíamos, había una razón importante para ello. Sustituir la crítica hacia uno mismo o al otro por una disculpa abierta nos da siempre otra oportunidad, si no para recuperar la relación tal como era, para que la herida pueda cerrarse, poco a poco. Y un último apunte al respecto: pedir disculpas no implica que estas sean concedidas, en cuyo caso, cada cual habrá hecho, en conciencia, lo que creía que podía resolver las cosas.