7K - zazpika astekaria

Una mochila llena de banderas

Con la actualidad de la movilización contra el genocidio israelí en encuentros deportivos, y bajo la eterna cantinela de pretender separar lo político de lo sociocultural, el ensayista asturiano Pablo Batalla Cueto propone un rico libro sobre la politización del montañismo. «La bandera en la cumbre. Una historia política del montañismo» es un original y pormenorizado relato sobre grandezas y miserias de la historia del alpinismo.

Albert F. Mummery escala la grieta que lleva su nombre en la Aiguille des Grands Charmoz, en 1882, fotografiado por Lily Bristow en el libro «My climbs in the Alps and Caucasus» (1895). Capitán Swing

De origen urbanita, vive en un pequeño pueblo y es un enamorado de la montaña. Su padre salía a Picos de Europa con amigos y lo llevó al monte desde crío. Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) tuvo además un profesor que organizaba excursiones y acampadas, enseñaba fauna, a leer estrellas o escalar y preparaba las rutas antes dejando botecitos con mensajes o acertijos: «si echas una meada, a qué río irá a parar». Así que Pablo Batalla ha seguido pateando caminos, ahora con los grupos “informales” Gárrate a la Pación (“agárrate a la hierba”) y Los Fugaos, gente de izquierdas que homenajea en el nombre al maquis republicano tras la derrota de 1936.

Licenciado en Historia, ensayista, traductor y corrector de estilo, dirigió “A Quemarropa”, periódico de la Semana Negra de Gijón, y coordina la revista digital “El Cuaderno”. Es autor de ensayos como “Si cantara el gallo rojo. Biografía social de Jesús Montes Estrada Churruca”, “Los nuevos odres del nacionalismo español”, “La ira azul. El sueño milenario de la Revolución” o “Yo podría haber sido Fidel Castro”. Ha participado en libros colectivos y colabora en diversos medios. Como se deduce de su trayectoria, le empuja una naturaleza librera y hasta erudita.

Billete neozelandés con la imagen de Edmund Hillary. Capitán Swing

Bandera de la República Turca del Norte de Chipre en los montes Pentadáctilos. Capitán Swing

ALPINISMO THATCHERISTA

En 2019 se publicó el lúcido ensayo de Pablo Batalla, “La virtud en la montaña. Vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista” (Capitán Swing). Esto se leía en las primeras líneas: «Margaret Thatcher gana batallas después de muerta y cada vez sucede menos, como quería Montaigne, que sea el gozar, y no el poseer, lo que nos hace felices. Todo lo malbarata esa apoteosis, y también se está apoderando de la práctica del alpinismo».

Su reflexión proseguía: «Al mismo tiempo que los clubes de montaña menguan en afiliación, ven incrementarse la media de edad de sus miembros y desesperan por atraer savia joven que garantice su supervivencia, esos mismos jóvenes abarrotan maratones de montaña. Los runners se han ido adueñando de los caminos y de los grandes espacios naturales: de competir se trata; de no dejar de hacerlo en ningún momento; de incluso el ocio convertirlo en negocio».

Situaba su ensayo en la estela del manifiesto “Slow mountain”, de Juanjo Garbizu, y defendía que «nada bueno se ha conseguido jamás deprisa y corriendo (…) la velocidad arruina e idiotiza». Contraponía el montañismo ilustrado al «alpinismo apresurado que, buscando el apagamiento de los sentidos, renuncia al aprendizaje que a través de ellos se obtiene; que no busca conocer, sino que lo conozcan; que no se atreve a saber, porque no se atreve a detenerse ni a renunciar a los laureles equívocos del éxito deportivo». Y añadía lo de anticapitalista «porque solo tal puede ser el ejercicio total, sincero, de estos principios que colisionan con los que animan y sostienen la tiranía del capital».

Fanny Bullock Workman reclamando el voto para las mujeres en Ghent Kangri, Karakórum, entre 1911 y 1912. Capitán Swing

Escenas de los Picos de Europa que se exponen en el Muséu del Pueblu d’Asturies. Capitán Swing

Capitán Swing

Capitán Swing

Miriam O’Brien en las francesas Agujas Rojas. Capitán Swing

IDEOLOGÍAS EN LOS PICOS

Tras clavar en lo más alto su alegato de virtudes montañeras, este otoño Pablo Batalla ha hollado una cima teórica más alta con “La bandera en la cumbre. Una historia política del montañismo”, editado de nuevo por Capitán Swing. Hay muchos relatos sobre el montañismo, pero la originalidad mayor del libro es que está hecha desde una perspectiva política. Su autor explica que «uno escribe los libros que le gustaría leer y en el montañismo siempre se ha escrito desde lo romántico, deportivo o literario, no desde un punto de vista político. Pero el alpinismo ha estado ligado a lo político desde el minuto uno».

Batalla quería aprender y reunió una lista de quince grandes ideologías y movimientos sociales de la contemporaneidad a los que añadió tres religiones: cristianismo, islam y judaísmo. Porque «todas las ideologías y grandes movimientos sociales de la modernidad han promovido y practicado el montañismo». Y lo han usado como megáfono desde las altas cumbres.

Subraya que hace siglos era ya política la construcción de monasterios en lo alto, las ascensiones comunales que se realizaban en China o en India, las de los indios pueblo o los sacrificios humanos incas en los cerros de los Andes. Político sería también inundar el horizonte de cruces o estatuas religiosas, o vandalizar una cordillera en Nuevo Hampshire para tallar en roca gigantes recuerdos de presidentes de EEUU. «Política enrocada, geologizada», define Batalla.

ARRIBA EL GAS XENÓN

Cita el ensayista al poeta David Hernández Sevillano cuando dice «nos concierne la altura» en su libro “El reloj de Mallory”. El escalador británico desapareció en 1924 en el Everest con Andrew Irvine y dejó dicho que «subimos a las montañas porque están ahí́”. ¿Por qué ascendemos cimas? Pablo opina que «Mallory subía porque los picos estaban allí, claro, pero también por una gloria personal, por la gloria del imperio británico, con una mirada liberal, nacionalista y también humanista».

Una actitud lejana de las actuales ascensiones exprés en las que, como señala Batalla, los alpinistas son recogidos un domingo, trasladados a la base, suben al Everest, los recogen de nuevo y al domingo siguiente están en casa. Esa fue la “hazaña” de cuatro exsoldados de las fuerzas especiales británicas que en la pasada primavera establecieron el récord de escalar el Everest en menos de cinco días sin proceso de aclimatación. Durmieron durante semanas en Europa en tiendas de campaña hipóxicas, de las que se extrae el oxígeno con un generador. Durante otras dos semanas inhalaron gas xenón en una clínica alemana y volaron al campo. Escalaron de inmediato, utilizando oxígeno suplementario, con cinco sherpas y alcanzaron la cumbre en cuatro días y 18 horas, récord de ascenso sin aclimatación natural.

«Es como que vas a la montaña para escapar de ella cuanto antes. Entonces, quizás no te guste tanto. Es pura velocidad, me da igual dónde estoy, lo que quiero es un récord para subir a Instagram. Una mirada anti humanista», atiza Pablo.

Cuando hablábamos con Batalla llega la noticia del nuevo récord del atleta Kilian Jornet que ha subido las 72 cimas más altas de Estados Unidos continental en un mes, «con apenas tres duchas en todo el recorrido». Pablo tira de ironía: «Queda poco récord por subir y es como a quien se le acaba el tabaco y busca colillas». La industrialización y comercialización han masificado además toda cima emblemática y el asturiano lo compara con «las tiras pegajosas que se usan para atrapar moscas».

Pier Giorgio Frassati, en 1925. Capitán Swing

Cartel palestino publicado en la web de Wadi Climbing. Capitán Swing

Solemne colocación de un belén en el Tiatordos, en 1964. Capitán Swing

LUCHA DE CLASES EN LA CIMA

El investigador astur recuerda a los pastores que desde hace siglos escalaban riscos en el anonimato, antes de que aburridos aristócratas ingleses inventaran el “montañismo”. ¿Cuándo comenzó la humanidad a hacer “alpinismo”?

«Si convenimos en que la edad contemporánea nace con la Revolución francesa, en 1789, el montañismo habría nacido tres años antes con la ascensión de Jacques Balmat y Michel Paccard al Mont Blanc, un hito de la modernidad que no es casualidad. Las montañas estaban ahí, pero desde la mirada del ser humano en los millones de años anteriores era absurdo subirlas. La montaña se convirtió en rito de paso para le élite y un Winston Churchil, al que todos imaginamos gordo y fumando un puro, subió el pico Wetterhorn y el macizo Monte Rosa en Suiza».

Pero con la revolución industrial fue apareciendo en las alturas la clase obrera y a finales del siglo XIX montañeros conservadores se quejaron de que el alpinismo degeneraba por la presencia de trabajadores socialistas, faltos de estilo y proclamando consignas contra los montes privados y por una naturaleza libre. Los senderistas pudientes legaron toda una literatura de desprecio a «las muchedumbres horteras que compadrean con los guías y no guardan la etiqueta» y hubo una política de subida de precios en los refugios para, de esta manera, espantar a la plebe.

Viñetas de «Tintín en el Tíbet», del dibujante Hergé. Capitán Swing

Cartel contra los judíos en los refugios del Club Alpino alemán. Capitán Swing

otograma de «El infierno blanco de Piz Palü», película alemana muda de 1929, protagonizada como actriz por la directora pro nazi Leni Riefenstahl. Capitán Swing

ELEVADOS PATRIOTISMOS

Insiste Pablo en que «el alpinismo es una actividad política per se, vinculada en origen al mito liberal del individuo autosuficiente, a las construcciones nacionales europeas, al imperialismo británico…», con su contrapunto de montañismo ideológicamente liberador, tipo comunismo contra burguesía o nacionalismos sojuzgados contra grandes nacionalismos.

Cita pasiones montañeras de Adolf Hitler o Benito Mussolini y cuenta que el siniestro Heinrich Himmler programó en 1939 una expedición al Tíbet que regresó con baúles llenos de manuscritos antiguos, muestras de fauna y flora y datos antropométricos de unas cuatrocientas personas. Con las imágenes realizaron “Geheimnis Tibet”, un documental de búsqueda de una raza pura.

La directora pro nazi Leni Riefenstahl filmó una amplia lista de obras en la montaña llegando a rodar en el himalayo Nanga Parbat con veintiséis alpinistas alemanes y sus porteadores. En su opuesto ideológico, el libro señala que una de las primeras cosas que hizo el presidente Salvador Allende en Chile fue fundar la Escuela Nacional de Montaña.

Para el escritor gijonés, la bandera montañera más singular es la enseña gigante que colocó Turquía tras invadir una parte de Chipre en 1974, acompañada de la cita de Mustafa Kemal Atatürk, padre de la patria turca, “¡Qué feliz es quien dice ‘yo soy turco’!”, que se ilumina de noche intermitentemente.

Batalla acumula referencias locales como que «en España, país natal del sicario Ramón Mercader, asesino de León Trotsky, existe un club con su nombre en Oviedo. Pero, contra lo que pueda parecer, no son estalinistas, sino más bien troskos y anarcos vinculados a la radio autónoma QK, que se pusieron el nombre en plan chiste». Se supone que en recuerdo del piolet con el que el agente catalán descerebró al revolucionario ruso.

Recuerda también haber conocido en la Semana de Montaña de Gijón al himalayista polaco Wielicki, que formó parte de la cordada que encontró en 1980 en la cumbre del Everest la ikurriña con los símbolos antinuclear y de ETA, tras la subida del hernaniarra Martín Zabaleta en comandita con el sherpa Pasang Temba. El escalador centroeuropeo contó que no conocían los emblemas y que, «cuando quisieron devolver la enseña a España, todo fue muy raro, no la querían».

MUJERES DE ALTURA

El estudio abarca las más variadas razones alpinísticas. Feministas con la bandera sufragista. Alpinistas a la fuerza en las sierras del maquis. Escaladores trans ondeando el estandarte rosa, blanco y azul. Evangélicos en busca del Arca de Noé. Caminantes humanistas y pacifistas, nazis y fascistas, liberales o conservadores. Papas alpinistas, judíos estudiando la Torá en el Everest o Martin Luther King soñando con su mountaintop. O montañismo ecologista, vegano y animalista. «Me demostré a mí mismo la hipótesis previa de que todo tipo de ideologías han ido a la montaña».

En el apartado sobre las mujeres se cuenta, por ejemplo, que la británica Anne Lister, primera mujer en subir al Monte Perdido (1830) y primera persona en ascender el Vignemale (1838) fue considerada en su país “la primera lesbiana moderna”. Henriette d’Angeville fue la primera mujer que coronó el Mont Blanc, en 1838, y escribió en la nieve “Vouloir, c’est pouvoir”. Su éxito fue saludado en un periódico francés con un “después de Saussure y sus barómetros, la señora Angeville y sus pantalones. ¡Oh, Mont Blanc, ya solo te faltan los payasos de la feria!”.

La estadounidense Miriam O’Brien, nacida en 1898, fue pionera en intentar ascensiones sin hombres. En 1911, la alpinista y sufragista Annie Smith-Peck ascendió al peruano Coropuna y clavó la bandera “Vote for women”.

El notable alpinista galo Lucien Devies se burló en 1959 de la primera expedición íntegramente femenina al Himalaya comentando: «siempre dije que al Cho Oyu suben las vacas; el día que un grupo de mujeres lo escale, se demostrará que tenía razón».

La británica Alison Hargreaves fue en 1993 la primera persona en coronar todas las grandes caras norte de los Alpes en una sola temporada. En 1995 fue la primera mujer en subir al Everest sin oxígeno ni sherpas y en 1988 completó la dura cara norte del alpino Eiger, embarazada de seis meses. Murió en el himalayo K2.

Al otro lado del mundo, las llamadas Cholitas Escaladoras, grupo de bolivianas de etnia aimara, consiguieron visibilizar su valía montañera en el documental “Cholitas”, de 2019.

Batalla señala como primeros grupos de montaña de carácter lésbico o gay la Sundance Outdoor Adventure Society de Nueva York, de 1980, y el Chiltern Club de Boston o las varias secciones gays y lésbicas del Sierra Club californiano. Otras agrupaciones LGTBIQ+ son Outdoor Lads de Manchester, la irlandesa Out and About o Con Botas y a lo Loco, del Colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales, Bisexuales e Intersexuales de Madrid (COGAM). La bandera trans, diseñada en 1999 por la activista Monica Helms, ha ondeado en altos picos de la Tierra y la usuaria Mossy propuso en la plataforma Reddit la enseña lésbico-montañera que incluye un piolet.

Cuadro de Lenin en las montañ̃as de Suiza, pintado en 1925 por el artista ruso Fiódor Lepeshkin, rememorando el exilio del dirigente revolucionario en el país centroeuropeo. Capitán Swing

Fantasioso cuadro de Lenin y su compañera, Nadezhda Krúpskaya en los Alpes, del artista gráfico sovié́tico Petr Nikoláyevich Staronosov. Capitán Swing

portada del boletín del club italiano L’Alpino, del 15 de enero de 1935, con la fotografía de un Benito Mussolini presentado como «El Duce alpinista». Capitán Swing

METÁFORA DE LA LIBERTAD

El autor de Gijón señala algún gesto de montañismo pacifista como cuando en 2006 coronó el Everest una cordada con el palestino Ali Bushnaq y los israelíes Micha Yaniv y Dudu Yifrah, que pretendían «inspirar a la gente del mundo entero, y en particular a los niños», y desplegaron una bandera con la Estrella de David cosida a la roja, blanca, negra y verde. En el extremo opuesto se relata el atentado de 2013 en el Nanga Parbat paquistaní, donde un grupo armado asaltó de noche un campo y ametrallaron a alpinistas de siete nacionalidades diferentes.

Hay en el libro pasajes sobre el anarquismo, como el recuerdo a Eliseo Reclús, maestro geógrafo de la Comuna de París, que escribió en el exilio en Suiza “La montaña. La geografía como metá́fora de la libertad”. O sobre el cristianismo, con Francesco Petrarca coronando en 1336 la cumbre de Mont Ventoux, «con las ‘Confesiones’ de San Agustín en el morral». Siglos después, Pío XI subió el Monte Rosa y el Cervino. En 1989, Juan Pablo II ofició una misa al pie del mismo pico.

La lucha ecológica ha sido también una constante en las alturas, desde el histórico “Zain dezagun Belagua!”, hasta el reciente “Salvemos Canal Roya” y las movilizaciones contra grandes infraestructuras destructivas como el TAV o los aerogeneradores. Y una constante ha sido la presión animalista a multinacionales textiles como The North Face o Patagonia para que dejen de usar seres vivos en la fabricación de su ropa de montaña.

El indio Kuntal Joisher fue oficialmente el primer vegano en subir al Everest en 2016 con una bandera con la palabra “Vegan” sobre una manzana. En 2022, su compatriota Prakriti Varshney se convirtió en la primera mujer vegana en coronar el pico más alto del mundo.

POR UN MOBY DICK DE MONTAÑA

«No hay no política, todo es política», se dicen dos personajes de “La montaña mágica”, de Thomas Mann, en un balneario de los Alpes suizos, y así arranca “La bandera en la cumbre”. ¿Habría que regalar el libro a dueños y empleados de la industria deportiva, a periodistas o políticos que sermonean estos días con separar deporte y política a propósito del genocidio en Palestina?

Batalla dice que «se lo regalaría a unos cuantos, empezando por el presentador Juanma Castaño, que es también de Gijón, y dijo aquello de que se estaba politizando y arruinando la Vuelta a España. Pero se le sacó la hemeroteca de cuando Rusia invadió Ucrania y defendió expulsarla de todas las competiciones».

Además de a Thomas Mann, el escritor recuerda la relación de las alturas con grandes momentos culturales de ficción como las excursiones de Tolkien en “El Señor de los Anillos”, Tintín alpinista en el Tíbet o el recordman Homer J. Simpson y sus barritas energéticas Powersauce, «símbolo del desdén del hombre por la naturaleza».

Existe una amplia saga montañera de libros, pero Pablo Batalla Cueto subraya que la montaña está muy poco en la cultura, mencionando a Eduardo Martínez de Pisón cuando dice que aún no hay un Moby Dick del montañismo. ¿Se atreverá él a crearlo?

«Pisón se refería a una gran novela, citando a Moby Dick y su relación con el mar. Están “Overman” y alguna otra, pero sin el peso del libro de Herman Neville. Pero yo solo sé escribir ensayos, la novela no es lo mío». ¿No tendremos entonces un “Clarín” montañero? «No estaría mal una “Regenta” de la montaña».