16 NOV. 2025 CUESTIONANDO DESDE LA BASE LA INDUSTRIA TEXTIL Cuando la moda se viste de opresión La autora londinense Tansy E. Hoskins convierte su libro «Manual anticapitalista de la moda» (Capitán Swing) en una audaz detonación de los cimientos económicos y políticos sobre los que se sostiene una industria que hereda y asume todos los males del neoliberalismo, convirtiendo su opulenta oferta en un relato esclavizador. Jade Pilgrom | Capitán Swing (Jade Pilgrom | Capitán Swing ) Kepa Arbizu Aquello que habitualmente denominamos como “gusto personal”, y que asociamos a un libre ejercicio individual, no es sin embargo más que una entelequia supeditada a múltiples condicionantes históricos y/o sociales. Una conclusión ampliamente estudiada y desarrollada por el sociólogo Pierre Bourdieu en una de sus obras capitales, “La distinción”. En ese contexto, la industria textil juega un papel especialmente decisivo en cuanto a la imposición de ciertas costumbres asumidas como cotidianas pero que son la resulta de mecanismos de control ejercidos por el neoliberalismo. Una reflexión que aborda de manera sagaz e ilustrativa Tansy E. Hoskins en “Manual anticapitalista de la moda”, donde revela el carácter político que se esconde tras esa -en apariencia- inofensiva acción de adquirir una prenda. En estas páginas, la periodista londinense señala como hija legítima del más despiadado capitalismo a la industria de la moda, que se vale de herramientas como la deslocalización, una práctica inaugurada en los años sesenta en Europa, con el fin de abaratar costes condenando a sus peones intermedios a penar entre inexistentes derechos laborales. Una situación que sitúa a Bangladesh como la mayor productora del gremio, con veinte mil millones de prendas al año, pero que la aleja sustancialmente de recibir unas ganancias proporcionales. Una trágica ecuación enunciada con clarividencia en el hecho de que una sudadera de Zara, vendida en la tienda por 26 euros, en su recorrido previo, desde los campos de algodón a la imprenta, solo haya acumulado salarios por el valor de dos euros. Unas cuentas que no cuadran, salvo para quienes sacan beneficio de ellas. Jade Pilgrom | Capitán Swing CONSUME O MUERE Dado que el ser humano es el único ser vivo que no produce en exclusividad aquello que necesita, ha llegado a convertir sus elementos de subsistencia, como la ropa, en artículos de lujo. Una exagerada demanda que no responde al natural reclamo del consumidor, sino de la propia industria, sedienta de beneficios. Es bajo esa (i)lógica, que incluye constantes vertidos tóxicos por la utilización de fibras especialmente nocivas y el recurrente maltrato animal para lograr pieles adecuadas a sus fines, donde los países más empobrecidos ejercen como fabricantes de objetos que nunca podrán disfrutar y por los que incluso pueden llegar a perder la vida. No se trata de expresiones maximalistas ni simbólicas las que discurren por este libro, al contrario, sus desgarradores datos son el retrato de cómo la constante búsqueda de abaratar costes en los emplazamientos han dejado un rastro sangriento. Desde el derrumbe en 2013 del edificio Rana Plaza, en Bangladesh, un local que daba cabida a casi treinta firmas, causando la muerte de 1.138 personas, hasta el incendio de la fábrica Ali Enterprises, en Karachi, son la fotografía de un desolador paisaje, casi tanto como el del barrio Dharavi de Bombay, repleto de talleres de costura infantiles, que no es si no la traslación de ese muro entre Norte y Sur que convierte a los magnates de la moda en los hombres más ricos del planeta, definición que se puede atribuir a Stefan Persson, dueño de H&M, que acumula 22.500 millones dólares o el ya retirado Phil Knight, fundador de Nike, que cuenta con una desahogada jubilación gracias a una fortuna estimada en 40.400 millones de dólares. Cifras insultantes que se convierten en intolerables cuando se comparan con los ingresos de los trabajadores en las fábricas de Leicester (Gran Bretaña), destinadas a alimentar al gigante chino Boohoo, remunerados con 3,50 libras por hora, menos de la mitad del salario mínimo legal. La desigualdad ya no solo viste de Prada, también bajo etiquetas de mucho menos caché. Jade Pilgrom | Capitán Swing MUDAR PARA QUE NADA CAMBIE Y es que la moda también ha sabido adaptarse al cambio de las sociedades, aquel estímulo clasista que definió el nacimiento de la revista “Vogue” hoy en día ha perdido hegemonía, asistiendo a un resquebrajamiento paulatino en la división entre la alta costura y la casual, como demuestra que las prendas de H&M llegaran a desfilar en el Museo Rodin de París o que Versace firmara colecciones para dicha firma. Una estrategia comercial en formato piramidal que sitúa en su cúspide a aquellos productos de un casi inalcanzable precio mientras que la ancha base descansa sobre otros mucho más accesibles. El resultado de esa argucia es transmitir la falsa creencia de que las clases menos privilegiadas pueden obtener un mayor estatus por llevar estampada una rúbrica elitista, dando la razón a aquellas palabras lanzadas por el Robin Hood de Ridley Scott: «No hay ninguna diferencia entre un caballero y cualquier otro hombre excepto lo que lleva puesto». El cambio en las dinámicas de venta, donde las colecciones clásicas en función de las estaciones del año han sucumbido frente a una constante producción, llegando Zara a presentar 24 en un año, también atañen a su forma de distribución, asumiendo un papel cada vez más importante el comercio de segunda mano, vintage e incluso procedente de centros de beneficencia. Lejos de cualquier estigmatización pretérita, al contrario estos nichos se asocian hoy en día a un prestigio que nada tiene de consideración ética y responsable y sí mucho de impostura. Porque la alteración en las costumbres, si no competen a la propia esencia de un desaforado y constante ejercicio de acumulación, no son más que un cambio de caretas. Jade Pilgrom | Capitán Swing SIN RESPUESTAS EN LA ERA DIGITAL Un diagnóstico igualmente aplicable al gran zoco en el que se ha convertido internet, donde la inmediatez y la facilidad de adquisición promueve una moda ultrarápida. Solo así se pueden entender los 15 mil millones de dólares facturados al año por uno de los portales más populares en China, Shein, o el formato asumido por Boohoo, consistente en tiradas cortas que reproducen solo aquello que se vende con antelación en su página web. La vieja tradición de pasar largas horas en probadores y escaparates ahora se ha transformado en interminables itinerarios por grandes avenidas digitales plagadas de empresas que ejercen como rastreadores de nuestros gustos y consultas, incluso profanando nuestra privacidad, con la intención de guiarnos a través de cibernaúticas migajas de pan hacia sus tiendas. También las nuevas herramientas en la comunicación han alterado la fisionomía de una industria que acogió su primera revista especializada, “The Ladies’ Mercury”, en 1693. Desde entonces las publicaciones relacionadas con la moda no han dejado de acumular déficits democráticos, quizás el más acuciante estar regentadas por unas pocas manos, entre ellas las de la familia Hearst. Un monopolio adinerado que, como es lógico, para sus intereses aleja cualquier cuestionamiento del statu quo económico y político en sus páginas, optando por tender una alfombra roja a anunciantes con los que sentirse cómodos. Un escenario que no ha variado sustancialmente, en su esencia, con la aparición de las figuras de los bloggers o influencers, rápidamente engullidos por un mercado que los utiliza como rostros y nombres promocionales, e incluso, lo más grave, para blanquear ciertas indecorosas conductas medioambientales. Recientes habitantes del ecosistema de la moda que, lejos de oxigenar su configuración, se han convertido en una piedra más de su infranqueable muralla. Jade Pilgrom | Capitán Swing CONSUMIR, ¿LA LLAVE DE LA FELICIDAD? El cuerpo humano, históricamente, ha servido en muchas ocasiones como lienzo a través del cual expresar nuestra identidad. De ahí que la moda haya encontrado un sitio tan prioritario en el acervo de los individuos, llegando incluso a sustituir el valor de uso de sus artículos por uno simbólico, reemplazo en el que las marcas, de renombre, por supuesto, ocupan un lugar primordial. Convertido el hecho consumista, gracias a un relato casi místico e interesado, en dueño de poderes sanadores emocionales, ese simbólico antídoto contra el suspiro existencial tomó forma durante la pandemia de llamamiento desde los poderes públicos para no dejar de visitar las tiendas o incluso ofertando colecciones lujosas destinadas a cubrir solo la parte superior del cuerpo por el auge de las videoconferencias. Nada podía suponer un impedimento para dejarnos el dinero en algo inservible. Si comprar al momento para pagar después se ha convertido en una constante acumulación de deudas, la presión entonada desde los diferentes tentáculos de la industria textil significa una esclavitud destinada, sobre todo, a maniatar a las mujeres. Anuncios como el protagonizado por una Sarah Jessica Parker que en su necesidad por conseguir el perfume Covet rompe el escaparate, trasladan una ansiedad vital por consumir que no puede considerarse inocua en su inoculación en el imaginario social. Jade Pilgrom | Capitán Swing UN CANON OPRESIVO Posiblemente, cuando por primera vez, Elsa Schiaparelli, a mediados del siglo pasado, hizo desfilar a una modelo de figura especialmente espigada, no era consciente de que inauguraba unos corsés estéticos que se han ido reproduciendo y multiplicando a lo largo de los años. Un ideal constituido entorno a la delgadez y a unas simétricas facciones convertidas en espejo, muchas veces retocado artificialmente, al que a la mayoría de la población le resulta imposible acercarse. Si la moda oferta ejemplos inaccesibles, entonces acaba por comportarse como una ilusión que en demasiadas ocasiones deriva en pesadillas frustrantes. Perturbaciones que atañen al esforzado consumidor pero también a quienes pasean sus tipos bajo una dictatorial “talla cero”, espeluznantes y ridículas medidas que necesitaron causar la muerte de Luisel Ramos, a sus 22 años, para ser reguladas. Pero no solo el tallaje se comporta como una adoctrinadora exigencia, que no fuera hasta 1966 cuando la revista Vogue, más de medio siglo después de su creación, dedicara su portada a una afroamericana, en este caso Donyale Luna, habla de unas restricciones raciales que incluso cuando son subvertidas lo hacen bajo una manifestación estereotipada. Todo para defender un arquetipo que no deja de ser la implantación de un colonialismo cultural. La cada vez mayor utilización de redes sociales como Instagram, sobre todo por una población joven más vulnerable a la presión del grupo, no ha ayudado -más bien al contrario- a la hora de erradicar directrices de belleza estrictas que además son instigadas desde la inmediatez y un evidente afán de aceptación. Pero incluso en el caso de que dichos enclaves digitales se utilizaran de manera óptima para alumbrar un impulso comunicativo y solidario, si su recorrido no tiene emplazamiento en suelo real, resulta una labor incompleta si lo que pretende es alterar las normas de una industria textil que la historia nos ha demostrado que solo se ha visto interpelada cuando las quejas han llegado de la lucha popular organizada. Jade Pilgrom | Capitán Swing SOLIDARIDAD Y REPRESIÓN Se podría trazar incluso todo un continuo cronológico recogiendo las movilizaciones que han generado la suficiente presión como para corregir, o al menos impedir que queden silenciados, ciertos desmanes. Desde el medio millón de personas que apoyaron las Huelgas Textiles del Sur de Estados Unidos en 1929 y 1934, a los cuarenta mil trabajadores que en China se plantaron ante las condiciones ofrecidas por Yue Yen, la mayor productora del mundo de zapatillas deportivas, pasando por Zar Tun y Lay May, que fueron encerradas tres meses en las cárceles birmanas por sus actividades sindicales, significan heroicos episodios de un batallador espíritu que tuvo en la especialmente escabrosa muerte de la joven Jeyasre Kathiravel, tras meses de acoso por parte de su supervisor en una de las delegaciones de H&M en India, una de las principales espitas que dejaron al descubierto las miserias de todo un sistema. Que en su libro Tansy E. Hoskins recurra mayoritariamente a citas firmadas por un Karl apellidado Marx y no Lagerfeld, resulta toda una declaración de principios sobre el alcance de su obra. Un llamamiento que, aceptando que la moda en ocasiones ha servido para visibilizar la identidad de minorías o de reivindicaciones legítimas, persigue una concienciación sobre la esencia de una industria que ejerce bajo el voraz engranaje capitalista. Porque la única conclusión válida y duradera que deben espolear sus páginas es que nuestra opulencia decorativa solo se puede sostener sobre la existencia de otros cuerpos desnudos y desnutridos.