21 DIC. 2025 IRITZIA Navidades invertidas David Fernàndez {{^data.noClicksRemaining}} Para leer este artículo regístrate gratis o suscríbete ¿Ya estás registrado o suscrito? Iniciar sesión REGÍSTRARME PARA LEER {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Se te han agotado los clicks Suscríbete {{/data.noClicksRemaining}} Ingenuidad al margen y en perspectiva larga, no hace falta ser Einstein para descodificar cómo la Navidad se ha convertido ya en un festín ilimitado de consumismo impulsivo desbocado, en un escaparate publicitario de novedades ininterrumpidas que anuncian que nos cambiará la vida y en tarjetas de crédito sacando humo que las arruinan en el sacrificio ante la deidad del dinero. El mercado, cada vez más y con su puntual e irracional racionalidad, identifica como prioridad las emociones adictivas, explota las compulsiones casi ludópatas y acelera la dopamina de la satisfacción inmediata -y la frustración consecutiva porque siempre querremos algo más que alguien dice que nos falta -, y por eso no somos ni libres ni felices. Y más y más y más. El móvil, los big data y los flujos de la red juegan a órdago y ya saben más de nosotros que nosotros mismos: gustos, preferencias, obsesiones. Lejos ha quedado la fantasía navideña comunitaria que nos hacía a todos, solo pasajera y presuntamente, mejores personas durante una noche y unas horas. La paradoja inexpugnable es que, en la tradición cristiana que ampara la Natividad, se supone que lo que se celebra es al que naciera para ahuyentar, vaya por Dios, a los mercaderes del templo. Pobre Dickens. El espejismo -como todos los espejismos- dura lo que dura. Al fin y al cabo hoy mismo empieza otro invierno en el gélido tablero global. Enseguida llegará enero y su programada cuesta perpetua, la austeridad por los excesos visibles en las cuentas corrientes y el frío de haber estirado más el brazo que la manga. No hace falta culpabilizarse en demasía, estamos siempre bajo bombardeo comercial. Tal vez podemos anticiparnos un poco, desobedecer un pelín y gozar antisistémicamente con aquello del “gasten poco y pásenla bien” -que poco puede ser mucho y demasiado siempre será insuficiente-. Siglos atrás, Demócrito ya ajustó que la mesa justa -y las merecidas sobremesas infinitas de saber parar el tiempo- no es esa en la que hay de todo, sino en la que no falta nada de lo básico. Y lo básico es celebrarnos, que se antoja antagónico a consumirnos. Escribió Sarri, hace mucho, que mientras no sepamos escudriñar la oscuridad, no podremos escribir con claridad. Entre tanta penumbra global, habrá que refugiarse en el aforismo lúcido del de Iurreta y, parafraseándolo aquí y ahora, no dejarse deslumbrar por luces de neón artificiales, farolas de colorines que confundimos con la luna y esa luz al final del túnel que nos prometen a diario y que tal vez solo sea el tren que viene de cara. Ateo de base ante tanto fundamentalismo de mercado, resulta que cada vez me cae mejor el que quería repartir panes y peces -se llame Jesús o Robe Iniesta- que los que mercadean con todo y no paran ni en Navidad. Tengan buen solsticio; disfrútense con lo que somos, no con lo que poseemos; y labremos espacios de vida fuera del capitalismo. Que si ellos tienen el reloj, nosotros tenemos el tiempo. No hace falta culpabilizarse en demasía, estamos siempre bajo bombardeo comercial. Tal vez podemos anticiparnos un poco, desobedecer un pelín y gozar antisistémicamente con aquello del «gasten poco y pásenla bien» -que poco puede ser mucho y demasiado siempre será insuficiente-.